YO FUI ESCLAVA DEL SOVIET
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CIA-RDP83-00423R001100320007-7
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RIFPUB
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67
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December 15, 2016
Document Release Date:
December 23, 2003
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7
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REPORT
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Yo Fui Esclava
del. Soviet
VICISITUDES DE UNA CIUDADANA
MEXICANA EN LOS CAMPOS DE SIBERIA
MEXICO, D. F.
1953
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PALABRAS PRELIMINARES
La senora Ana Bauer Torrano, socia de la. Liga Femenina
Mexicana, ha escrito esta emocionante narracion de lo que ella
llama con todo acierto "mi vida de esclava". Estuvo cautiva, on
efecto, on un campo de trabajos forzados de los machos que hay
on Rusia y en los cuales justos y pecadores purgan penas por fal-
tas que no han cometido y padecen torturas sumamente crueles
que les'infligen despiadados verdugos.
La senora Torrano es una dama que ostenta ahora con orgullo
la ciudadania mexicana. Proclama que al establecerse en Mexico
encontro una verdadera patria, digna de substituir a la que per-
dio en Europa cuando la Rusia sovietica se apodero de Checoes-
lovaquia, sit pais nativo, y de Polonia, donde tenia establecido su
hogar, acompanada de sac esposo, en 1939.
~ Que significa el Gobierno de los sovieticos para la poblacion
civil de los paises sojuzgadosl
El relato veraz y candoroso de la senora Ana Bauer Torrano
lo define con toda exactitud. El suyo es solo uno entre miles o mi-
llones de casos identicos. La autora de este relato hubo de resis-
air las afrentas de los despotas rojos. Fite condenada sin motivo
al cautiverio y al hambre y a presenciar el martirio de varios
hombres, entre los cuales acaso figuraba sit propio esposo, cuya
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lenta agonia pudo ella misma ver despues, a distancia, on los
campos de esclavitud de ~ la Siberia septentrional.
Irrita y pasma la leltura de relatos como el que contiene este
f olleto, pero la senora Tgrrano no podia eludir su deber imperioso
de escribirlo. Por gratitud honda y sin era Para Mexico que le dio
su nueva y definitive lib rtad, le pareci6 obligatorio relatar sus ex-
periencias en la URSS, pais en el que se han eclipsado todos los
derechos de la especie h amana.
Este patetico relator fue escrito originalmente por sat autora
basandose en apuntes echos on el curso del tiempo, y se le
tradujo al castellano con la bondadosa ayuda de la senorita Gua-
dalupe Vertiz, a quien I agradecemos profundaniente su valiosa
colaboraci6n.
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Yo Fui Eselava del Soviet
VICISITUDES DE UNA CIUDADANA MEXICANA EN
LOS !CAMPOS DE SIBERIA
Relato de Ana Bauer Torrano,
socia de is Liga Femenina Mexicana.
E N el verano de 1939 vivfa yo feliz y dichosa con mi es-
poso Carlos en una Ciudad de la Polonia oriental. Era-
mos e1 y yo checoeslovacos pero llegamos a Polonia
unos cuantos aflos antes, pues obtuvo mi marido el empleo de
gerente de una refinerfa de petrbleo, que era la industria
principal en el lugar donde nos establecimos.
Fue en 1939, co:mo lo recordara el lector, cuando Stalin
y Hitler se dividieron entre ellos a la libre nacion polaca, y
con ese motivo tuve la penosa experiencia de ser condenada
a pasar cinco anos de esclavitud en los Campos de Siberia.
Pero en el ano 1939 no abrigaba la menor sospecha de
lo que el destino me deparaba. Eramos mi esposo y yo una
pareja sana y contenta en la edad que tenfamos, apenas pa-
sados los cuarenta, y nuestra vida comun era sencilla pero a
la vez infinitamente placentera.
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Carlos vivia entregado a sus tareas, no solo como ge??
rente sino tambien como director tecnico de la refineria,
y dedicaba buena parte, de su tiempo a la experimentation
cientifica propia de suempleo. Por mi parte los ratos que
no tenia que dedicar a mis labores domesticas, los pasaba
en actividades de servicio social en favor de la pequena
comunidad en que viviamos.
Exactamente lo mismo que millones y millones de per-
sonas en todo el mundo, observabamos nosotros la rapida
y desconcertante sucesion de acontecimientos que iban con-
duciendo a Europa hacia la Guerra Mundial numero dos.
Primero cayo Austria en poder de los nazis. Luego nuestro
propio pals, Checoeslovaquia, corrio igual suerte. Por fin
un dia Ilegaron noticias de que se habia concertado un arre,
glo entre la Rusia Sovietica y la Alemania nazi para repar-
tirse entre ellas el tterritorio de Polonia, y pronto supimos
que la Polonia oriental, donde habiamos establecido nues-
tro hogar, quedaria dentro de la zona adjudicada a Rusia.
Muchas veces en e1 curso de los aflos que han pasado
desde entonces han vu2lto a mi memoria las conversacione.s
que sosteniamos en nucstro hogar en aquellas tibias noches
de verano. Llegaban a casa amigos y personas vecinas, y to-
mando el to hablabamos hasta muy tarde por la noche espe-
culando sobre lo que pudiera ser nuestra vida gobernados
por los rusos. Mi esposo figuraba entre quienes pensaban
que no teniamos nada que temer y que la vida seguiria ade-
lante como simpre.
-4 Por que temer?- argiiia Carlos.-Nuestras rela-
ciones con los trabajadores de la refineria no podrian ser
mas amistosas. Nuestros tratos con ellos se han basado
siempre en la justicia,y la igualdad. No podra acusarsenos
de explotar al obrero, y esto debera influir en favor nuest:ro
cuando los rusos vengan a gobernarnos.
Era yo, en camblo, de las muy contadas personas en
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aquellas tertulias que no compartian el optim.ismo y la acti-
tud confiada de mi marido : pero en realidad no tenia yo ar-
gumentos en que basar mis aprensiones. Ninguno de nos-
otros habia tenido jamis contacto efectivo con la Rusia so-
vietica, si bien muchos de los presentee habiamos leido? su
propanganda en favor de los trabajadores. Algunos de nues-
tros amigos la tornaban en serio y procuraron inducirme a
desechar mis temores. ! Que increiblemente torpes eramos
todos en aquellos Bias y cuan pronto hubimos de aprender
por amarga experiencia lo que signifies la vida bajo la ocu-
pacion rasa!
No olvidare jamas el dia en que el ejercito sovietico Ile-
g6 a ocupar nuestra poblacion. Estaba yo trabajando en el
jardin cuando escuche un ruido distante y confuso de tropa
que marchaba y al momento me supuse quo era el ejercito
ruso que se acercaba. Gorrl hacia la puerta parra verlo pasar.
Tenia curiosidad de ver a esos soldados que se decia eran
bravos y aguerridos, y ademas me parecio conveniente de-
mostrarles que no teniamos sentimientos hostiles para ellos
en to absoluto.
Pronto la columna aparecio calle arriba; un escuadron
de vigorosos soldados eslavos, a cuyo frente iba un hombre
a caballo. Tan pronto como este oficial me vio, dio una voz
de mando y la columna se detuvo frente a mi puerta. Habia
yo estado sonriendo, pero se me congelo la sonrisa en la cara
cuando vi que el oficial se apeaba de su cabalgadura, empu-
naba el revolver y, apuntandomelo al pecho, se. dirigio con
pasos graves y firmes hacia mi.
-Deme su reloj- ordeno el oficial.
Sin decir nada me quite el reloj pulsera y se lo di. Lo
miro y despues se lo calzo en la muneca como si fuera suyo;
monto de nuevo su caballo y se alejo. Miraba y volvia a mi-
rar de cuando en cuando su nuevo reloj, en tanto que yo per-
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manecia perpleja en la puerta de casa observando c6mo
daba otra voz de mando y la columna proseguia su marcha.
Todo ese dia pasaron por nuestra casa batallones y ba-
tallones del ejercito rojo, y por la noche la poblaci6n hervia
de soldados y estaba completamente asegurada en el sen-
tido militar de esta palabra. Ya entrada la noche comenz6
el saqueo. Del masalto, oficial al ultimo soldado, todos aque-
llos hombres de armas, se dedicaron a emborracharse, a ul-
trajar a las mujeres 4e la poblaci6n y a despojar a todos
los habitantes de lo suyo, llevandose cuanto pudieron robar
a punta de pistola.
.Siguiendo los pasos del Ejercito Rojo lleg6 la policia
secreta, que en aquellos dias se llamaba NKVD, e inmediata-
mente despues entrarpn en el pueblo los comisarios para
hacerse cargo de los negocios y las industrias de la ciudad.
Lo primero que les interes6, como era natural, fue la refi-
neria del petr6leo, y er las oficinas de la empresa establecie-
ron su cuartel general} En cosa de unas cuantas horas, tu-
vieron que comparecer ante esos funcionarios todos los ha-
bitantes del lugar, para ser interrogados por la policia se-
creta. Los interrogatgrios eran minuciosisimos y muy di-
latados, pero las preguntas que hacian eran il6gicas y ridicu-
las. En una de las primeras diligencias de Carlos mi esposo
con la NKVD, los policias iniciaron una serie de interroga-
torios que durarian meses y meses.
Si mi marido era checo -querian saber esos hombres--
/,por que tenia nombre aleman? Al parecer desconocian
el hecho de que en muchos paises europeos hay personas cu-
yos nombres son de origen aleman, pero que viven en luga-
res donde se hablan -diferentes idiomas.
Ademas -interrQgaron los policias-, si mi esposo era
checo, i, que estaba haciendo en Polonia? De seguro esos
funcionarios menores ignoraban la historia y no sabian que
durante cientos oqui as miles de afios la gente habia cru-
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zado libremente las fronteras de todos los palses de Europa.
Para esos polizontes, los alemanes solo habian de vivir en
Alemania, los polacos en Polonia, los checos en Checoeslo-
vaquia, y ninguna otra situacion era admisible.
Tenia mi esposo por naturaleza inclinacion a ver siem-
pre el 'lado agradable de las cosas, con sano optimismo, y
aunque yo empece a sentirme intranquila cuando note que
ordenaban repetidarnente que se presentase para interro-
garlo, el por su parte se empenaba en conservar su serenidad.
No vela ninguna am.enaza en las persistentes diligencias in-
quisitoriales a que to sometian, y me asegur6 que solo se tra-
taba de una pequefla molestia resultante de procedimientos
oficiales torpes. Estaba seguro de que aquellos hombres
ignorantes no serian. los que tuvieran a su cargo los asuntos
publicos cuando todo se fuera organizando mejor y se esta-
blecieran sistemas normales.
Ademas, Carlos conservaba su puesto de director tecni-
co y gerente de la refineria, si bien poco despues de la lle-
gada de los rusos un oficial sovietico le advirti6 que pronto
seria enviado a la fabrica, un nuevo director general. Por
fin una noche, no mucho tiempo despues, lleg6 el hombre
anunciado.
Un automovil oficial de la NKVD se detuvo ante nues-
tra Casa, donde Carlos y yo, con algunos de los jefes de la
fabrica, aguardabarrmos al nuevo director para darle la bien-
venida. El chofer baj6 apresuradamente del automovil y
abrib la portezuela, por la cual asom.6 la figura de un hom-
bre envuelto en largo gaban gris. El individuo permaneci6
en su asiento sin moverse, como si estuviese observando-
nos, mientras Carlos y sus acompaiiantes lo saludaban uno
tras otro y le daban la bienvenida.
Cuando terminaron los saludos, sobrevino un largo si-
lencio. El nuevo director general permanecia sentado en el
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autom6vil, mirandono Is con mirada vigilante, en tanto que el
chofer seguia de pie, muy erguido, en espera de 6rdenes.
Finalmente, junt6 dentro de mi todo el valor posible y
me adelante hacia el autom6vil para invitar a nuestro nuevo
jefe a que tomara c~n nosotros la cena que le habiam.os
preparado. Esta actitud mia no influy6 en aquel hombre
ni lo sac6 de su mutisro. Ansiosos de romper el embarazoso
silencio, cada uno de los jefes de la fabrica se adelantb hacia
el coche y repiti6 la invitation. Cuando hubo terminado el
ultimo de ellos, el di rector general descendi6 del auto, se
cin6 el gaban y sin t ecir todavia una Bola palabra, entr6
en la casa, y entonce~ pudimos ver la raz6n efectiva de su
actitud. Bajo su capota gris llevaba nada mas un traje de
tela de lino muy delgada, que mas bien parecia un par de
pijamas. Su jacket estaba indescriptiblemente deteriorado,
y para quitarle todo r iotivo de mortificaci6n, recurrimos al
facil expediente de proporcionarle alguna ropa de mi marido,
procediendo con toda discreci6n en este punto, lo cual se
hizo gracias a la afortunada coincidencia de que el y Carlos
tenian casi la misma estatura.
Asi la cena de bienvenida pudo efectuarse sin otros in.ci-
dentes desagradables; aunque no podamos decir que fue
una convivialidad alegre.
La reticencia del nuevo director general no dur6 mas
que aquella noche enl que le ofrecimos la cena. Su primer
acto despues de hace~?se cargo de la refineria, consisti6 en
someter a todos los empleados a una prueba de lealtad co-
lectiva. Con 6rdenes perentorias, convocb a una junta a to-
dos los trabajadores y los jefes, y cuando los empleados ale-
naron el lugar de la ~udiencia, lo encontraron a el instalado
ya tras de un escritorio, teniendo a su lado a varios agentes
de la policia secreta. I, Se pas6 lista de todo el personal, nom-
bre por nombre, y coda uno de los trabajadores the sorne-
tido a un interrogatorio, no en relaci6n con su experiencia
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y su habilidad en el trabajo, sino respecto a su lealtad hacia
Stalin. Aquellos que vacilaban al contestar, eran separados
rapidamente de los demas y se les anotaba commo "obreros
indeseables".
Cuando llegb el turno a mi esposo Carlos, quienes ha-
bian sido sus subordinados en la refineria rompieron en
aplausos, ansiosos de demostrar a los rusos que tenian en el
a un jefe de la empresa que merecia toda su aprobacion.
Esta ovaci?n cordial lleno de orgullo a Carlos, pero
cuando avanzo hacia el director general y vio en su cara un
gesto de desagrado, comprendia que el hecho de que tuvie-
se el apoyo de su personal resultaria en fin de cuentas ad-
verso a sus intereses. Por lo pronto, sin embargo, no pasa
nada. Nada mas las preguntas de siempre:
-zEs usted ale:man?
-No.
-Entonces, Lpor que tiene usted nombre aleman?
Se trataba de una tediosa repetition mas de la misma
frase, como cuando se pone un disco roto en un fonografo.
Mi marido y los otros jefes de la empresa pronto se die-
ron cuenta de que, a pesar de su actividad intensisima, el
nuevo director general no sabia nada respecto a la industria
petrolera. Se hizo patente que su tarea no consistiria en di-
rigir la production de combustible de alta calidad, sino en
averiguar las opiniones politicas del personal de la fabrica
y buscar ocasion para deshacerse de los antiguos jefes de
ella. Algo como la sombra de males proximos parecia aba-
tirse sobre nosotros al it desarrollandose nuestras diarias
tareas. Aparenteme:nte la vida seguia adelante con tran-
quilidad. Los hombres que trabajaban en la refineria por
la noche volvian a sus hogares como siempre; la fabrica
seguia funcionando Como antes, pero era patente que ahora
faltaba todo incentivo. No se habian efectuado aun apre-
hensiones de gente nuestra, pero los interrogatorios ince-
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santes tenian inquietos a todos. Lo que habia ocurrido es
que el terror habia eiltrado en la ciudad con el ejercito ruso.
En diciembre de ese aflo, poco despues de que Rusia
habia declarado la guerra a Finlandia, una comision del
Ejercito Rojo llego a la refineria. Buscaban una fuente de
abastecimiento de petroleo refinado que resistiese sin con-
gelarse una temperatura de 55 grados bajo cero. Finlandia
es un pais excesivamlente frio en el invierno.
Los jefes militaires rusos convocaron a una junta espe-
cial al personal tecnico de la refineria y preguntaron a mi
esposo si podria producir un combustible de alta calidad que
no se congelara. 'Carlos era un perito tecnico educado en
todas las disciplinas relacionadas con su profesion, y penso
naturalmente que aqi ellos jefes militares querian realmente
conocer la capacidad de nuestra planta de refinacion.
-No- contestq Carlos.-Con el equipo de que dispo-
nemos ahora, el mejor combustible que podemos producir
solo permanecera fluido a 30 grados bajo cero.
Decir la verdad fue un grave error de Carlos. Uno de sus
subordinados sabia ya que es mucho mas conveniente men-
tir cuando un funcioriario sovietico hate preguntas. Lo que
tiene uno que hacer,'si su conciencia se lo permite, es pro-
meter que hard lo que le piden, puedase o no llevarlo a cabo.
Tartamudeando el hombre aquel, que no tenia la menor idea
de las dificultades teenicas relacionadas con la demanda ra-
sa, aseguro a los jefes militares rojos que el combustible
que buscaban si podria producirse. Entonces los sovieticos
se volvieron hacia m marido con gran enojo.
-i Saboteador! listed tiene que producir el combustible
de acuerdo estrictamente con nuestras especificaciones, y
debera tenerlo listo dentro de un mes a lo sumo.
Nuestras dificul,'tades mayores se iniciaron en el mo-
mento mismo en quel mi esposo fue expulsado de la reunion
con las palabras anteriores.
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Uno o dos dias despues estallo un pequeno incendio en
la refineria. Era algo que ocurria con alguna frecuencia;
no era un accidente extraordinario, ya que en la fabrica no
se trabajaba mas que con substancias inflamables, pero en
los ultimos anos mi esposo habia implantado el use inmedia-
to de medidas de seguridad que habian logrado impedir da-
nos mayores. El nuevo director general decidio aprovechar
aquel incendio para cumplir sus propios designios, y para
nosotros resulto ser una magna conflagration que consu-
miria nuestras vidas y nuestras esperanzas.
En vez de recurrir a los sistemas usuales de seguridad
para dominar el fuego, el director general envio una lla-
.mada urgente a la policia secreta. Al dirigirse a la refineria
los agentes de la NKVD, el chofer que los conducia los oyo
,eomentar con regocijo el incidente porque les daba oportu-
nidad de deshacerse de mi esposo. Al valor y la lealtad de
,este chofer debimos en aquel momento nuestra escapada.
`Tan pronto como dejo a los agentes de la NKVD en la plan-
ta, se apresuro a buscarme para decirme lo que habia oido,
y yo por mi parte corri a la refineria en busca de mi
esposo.
Todo era confusion en la fa.brica cuando llegue. No se
habia hecho ningun esfuerzo eficaz, para contener el fuego.
La gente corria de un lado para otro en desorden, en tanto
-que el director general y los agentes de la NKVVD estaban
conferenciando para determinar a quien harian responsable
del incendio, para capturarlo. En aquella batahola logre lo-
calizar a Carlos y le dije lo que el chofer habia alcanzado
.a oir de labios de los agentes. Los dos juntos abandonamos
de prisa la fabrica y Carlos se dirigio al momento a Lwow,
donde tenia amigos que he darian refugio. Unas cuantas ho-
ras despues tenia yo :listo mi equipaje para partir hacia esa
.ciudad y reunirme con mi marido.
Nuestra permanencia en Lwow fue breve. Nos ente-
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ramos de que se habia lanzado la voz de alarma por nuestra
fuga y se ordenaba nuestra persecuci6n. Nos pusimos a
proyectar la escapatoria abandonando el territorio ocupado
por los rusos. Por mera casualidad, un dia nos encontramos
con otra pareja de checoeslovacos que tambien iban huyendo,
y nuestros destinos se unieron a traves de todas las vicisitu-
des que nos sobrevendrian.
L C6mo escapar? Este era el unico pensamiento que te-
niamos en la mente aquellos dos esposos y nosotros. No po-
diamos ni pensar siquiera en los medios naturales para via-
jar: el tren o el aeroplane. Una vez que la NKVD decidia
apoderarse de una persona, toda posible ruta de escape que-
daba estrictamente vigilada de noche y de dia. Por fin, como
medida desesperada,, se nos inform6 que habia un hombre
on el pueblo que conocia una ruta no vigilada hacia la fron-
tera rumana. Por clerta cantidad de dinero ese individuo
podria conducirnos or la noche hacia un sitio en que pu
dieramos cruzar la l?nea divisoria sin peligro. Nada sabia-
mos de este hombres pero instintivamente nos sentimos in-
clinados a confiar en cualquiera persona que desafiara a la
NKVD con tal de a~udarnos. Los cuatro reunimos los fon-
dos que teniamos, pdimos prestado y finalmente juntamos
la suma necesaria, 8,000 rublos, que se nos pedia por los
servicios de aquel guia.
Emprendimos la marcha una noche clara y Mena de es-
trellas, hacia la liber,ta.d, por un campo abierto. Nunca nos
hubieramos imaginado las tremendas penalidades que nos
amenazaban. Erama',s un hombre y una mujer ya cercanos
a la edad madura y se nos obligaba a empezar de nuevo la.
vida. Pero esto era to de menos. Nos hacia reir el simple
pensamiento de que',ibamos por fin a dejar atras nuestros
temores y a sentirnos libres de nuevo. Carlos y yo nos co-
gimos de la mano como una joven pareja a punto de juntar
sus vidas. Al avanzar apresuradamente, mirando hacia las
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estrellas de cuando en cuando, mi corazon rebosaba de fe-
licidad. Apenas si oia yo, vaga y distante, la voz -del guia
que se nos reunia a ratios y luego se nos adelantaba, urgien-
donos a proseguir el vi.aje con la promesa de que pronto lle-
gariamos.
Por mi parte no necesitaba sus palabras de aliento. Sen-
ti que bien podria seguir caminando y caminando asi indefi-
nidamente. Miraba y miraba la gloria de aquel cielo estrella-
do. En realidad nunca fui muy afecta al estudio de la astro-
nomia, pero esa noche vela las estrellas con un interes inu-
sitado, con una gran esperanza. De pronto me invadio una
,ola de verdadero pavor. Aunque mi conocimiento de las cons-
telaciones era muy escaso, crei percatarme por ellas de que
no ibamos siguiendo la ruta que se nos habia senalado. /, Era
que nos apartabarnos del camino para tomar otro mas corto?
Pero aun asi, sent! que llevabamos ahora una direction de-
masiado inclinada hacia el sur. Domine mis temores y mis
dudas a pesar de todo. Quizas estaba yo equivocada -me
decia a mi misma-, y L que derecho tenia yo de provocar
en mis acompanantes una alarma tonta?
Caminamos y caminamos, pero como ya no tenia idea
de la ruta que seguia:mos, solo vela hacia los cielos. Cada
minuto que pasaba reducia un tanto el jubilo que antes hacia
vibrar mi espiritu. Oia claramente la voz del guia. !,Por
que hablaba tanto y en voz alta, cuando por tod.os motivos
debiamos avanzar tan sigilosamente como fuese posible?
.4 Por que se empenaba en tranquilizarnos repitiendo las mis-
mas palabras, asegurandonos que pronto llegariamos ? , Que
sabiamos, despues de todo, acerca de ese hombre? No pude
contenerme ya y le susurre a mi esposo al oldo las dudas
que sentia.
Fue inutil. Solo me saque un reproche de mi esposo
por preocuparme, pues insistio en que mis temores se debian
.a nuestra desdichada fuga tan reciente del amado hogar.
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Tiempo despues, volviendo la vista atras, hube de llorar
amargamente las consecuencias de haberle hecho caso y ha-
ber callado, porque mis temores y mis Judas resultaron ser,
i ay!, muy Bien fundados. En efecto, unos minutos despues
aparecieron de pronto en torno nuestro las figuras ennegre-
cidas por la obscurid.d de varios hombres que interceptaban
nuestro camino, y yo alcance a ver una perfida sonrisa en la
cara de nuestro gui . Ciertamente estabamos ya "alli", Co-
mo nos lo habia px'ometido. P'or 8,000 rublos nos habia
conducido como unaO ovejas a un aprisco arreglado previa-
mente por la NKVDI A los cuatro pr6fugos frustrados nos
rodeaban los agentes de la policia sovietica.
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"... Con la carne adolorida por los culatazos, en.cadenados
unos a otros, fuimos conducidos de regreso por la ruta que con
tantas esperanzas hablamos recorrido poco antes..."
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EDIA hora despues de nuestra captura, con la carne
adolorida por los culatazos y los puntapies que nos
daban con sus pesadas botas los agentes de la NKVD,
encadenados unos a otros, fuimos conducidos de regreso por
la ruta que con tantas esperanzas habiamos recorrido poco
tiempo antes. El choque nervioso de nuestra subita aprehen-
sion y el fracaso dolorosisimo de nuestro intento de escapa-
toria, nos dejaron atonitos. Casi ni nos dabamos cuenta de
las burlas de nuestros captores ni del rumbo por el que nos
conducian. Nos llevaban, segun vimos despues, a la prision
sovietica de Stanislawow, una de.las instituciones carcela-
rias mas temidas del territorio ruso. Alli se. me separi de
mi esposo, a quien no volveria yo a ver sino hasta casi, un
aiio mas tarde, en circunstancias las mas diferentes y te-
rribles.
Ya la gente esta ahora acostumbrada a las narraciones
del genero de la mia, Pero esto me ocurrio a principios de
1940, cuando el mundo todavia no estaba informado de to
que pasaba a los hombres y a las mujeres que Bran captu-
rados por los comunistas. A los ojos de estos, mi esposo,
mis amigos y yo eranos unos criminales y en mi torpeza de
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aquellos dias me preguntaba repetidamente : I cual es nues-
tro crimen? Nosotros habiamos cooperado con los rusos
cuando ocuparon nuestra ciudad, en todas las formas ima-
ginables. Los habiamos recibido cordialmente, sin rencor
alguno. Nos habiamos esforzado por realizar todos los tra-
bajos que nos asignaron. Los habiamos agasajado en nues-
tros hogares ; nos halbiamos sometido a sus interminables
interrogatorios y habiamos dado respuesta con toda veraci-
dad a sus preguntas.
Nuestro crimen, segun hube de saberlo poco despues,
era algo que la Rusia sovietica nunca ha perdonado ni per-
donara jamas: demostramos que no nos hacia ffeliz su re-
gimen al tratar de huir de el. Este es un delito muy grave
a los ojos de los comunistas, un crimen mas negro que el acto
mas obsceno o el asesinato mas alevoso; un crimen que me-
rece la pena de muerte, y una muerte mas lenta, mas angus-
tiosa que cualquiera ejecucion rapida que ponga fin a la
vida y al martirio de los reos.
Cuando llegamos a Stanislawow nosotras dos, separadas
de nuestros esposos, se nos llevo ante las autori:dades de la
prision, las cuales nos despojaron de nuestros bienes per-
sonales. Luego se nos arrojo en un calabozo de seis metros
de largo por seis metros de ancho, que tenia ya adentro a
unas 40 mujeres prisioneras, las cuales resultaron ser Como
una manada de lobos, que ni daban ni pedian cuartel a quien
se les pusiera cerca. Apenas habiamos entrado mi amiga y
yo en la mazmorra, cuando se nos echaron encirna las otras
presas y en un instante nos arrebataron por la fuerza las
prendas de ropa que llevabamos puestas y cuanto de algun
valor o atractivo nos habian dejado los jefes del penal. Des-
pues de este acto que nos puso tan sorprendidas como inca-
pacitadas para defendernos, permanecimos las dos todas
confundidas, mientras cuarenta pares de ojos nos asaetea-
ban. Unas de esas mmujeres nos veian con hostilidad, otras
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con mofa y algunas mas con mirada estupida e indifererite.
No tardamos mucho en enterarnos de que en aquella cartel
estrecha prevalecia un sistema de castas muy especial, el
cual era fomentado y, promovido por los guardias de la pri-
si6n y sus subordinatlos.
En el. peldano superior de esta escala social peculiari-
sima, estaban las mujeres criminales y prostitutas, quienes
gozaban de privilegios extraordinarios por parte de las au-
toridades. En el peldano inferior figuraban muchachas y
viejas como mi amiga y yo, de hogares respetables, a quie-
nes se consideraba "?transgresoras del orden social sovie-
tico". Debajo de nosotras estaban las mujeres de los fun-
cionarios sovieticos caidos en desgracia, y muy en el fondo,
en el suelo, estaban' las mujeres que eran miembros de
6rdenes religiosas. E!stas iltimas recibian el trato mas in-
humano.
Despues de hacenos unas cuantas preguntas y dirigir-
nos burlas crueles, la's mujeres criminales se recrearon en
humillarnos en otras nnuchas formas. Mi amiga y yo ni pre-
tendimos siquiera contestarles. Con esto pronto se nos
abandon6 temporalmente, dandonos oportunidad de obser-
var mas detenidamente lo que habia en torno nuestro. En
un rinc6n de la celda habia un bote sin tapa que servia de le-
trina. Los muros y el' piso estaban humedos y fangosos, Ile-
-nos de piojos y otros i,insectos. No habia camas ni asientos
y la mayoria de las 'cuarenta mujeres permanecia de pie
o se sentaba en el si elo cubriendolo totalmente. Nuestras
companeras de prisi6$i eran de muy variadas edades, pues
las habia todas arrugadas y canosas y no faltaban las chiqui-
llas de 16 a 17 anos, Pero todas tenian esto en comun : sus
ropas eran astrosas y hechas guinapos ; sus cuerpos Ileva-
ban mucho tiempo de no lavarse y sus cabelleras estaban
sucias y despeinadas.
Llego la noche y sentimos hambre y sed, Pero no se nos
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dio ni alimento ni agua. Las prisioneras ancianas se habian
acomodado en sus ]lugares de costumbre en el piso, en tanto
que mi amiga y yo permaneciamos encogidas en un rinc6n,.
abrumadas por la suerte que nos habia tocado. Nunca hu
bieramos pensado que llegara una vez en nuestra vida en
que tuviesemos que acostarnos en el suelo, en un piso sucio
y fangoso, y que en tal postura apetecieramos el sumo para,
escapar de una pesadilla pavorosa.
Cuando la obscuridad se hizo muy profunda y casi to-
das las presas estaban durmiendo, un subito ruido se oyf
fuera del recinto, en el corredor. Las luces de varias lam
paras arrojaron sus resplandores sobre nuestras caras, y con
gritos y empujones los guardias ordenaron que todas nos
pusieramos de pie. Estaban cateando el calabozo, lo cual
segun supimos despues era una diaria rutina, un procedi-
miento que se repetia casi todas las noches, y durante la
busqueda, que durf mas de una hora, dos mba.jeres j6venes,
por razones que nunca supimos, recibieron 6rdenes de per-
manecer de pie, con la cara vuelta hacia la pared, sin mo-
verse, con los brazos en alto.
A la hora de estar ahi los policias me llego mi turno.
Se repitieron los gritos y los golpes, y los guardianes se
metieron a fuerza pisando los cuerpos de las mujeres que no
les abrian paso rapidamente. Se me dijo que me necesi-
taban inmediatamente en la oficina principal de la NKVD
para una diligencia. Esta fue mi primera tortura, pero
pronto me entere de que las llamadas de ese genero siem-
pre llegan en mitad de la noche, cuando el prisionero, levan-
tado con la torpeza propia de un sumo intranquilo que se
suspende de pronto, es obligado a hacer sus declaraciones
y sufrir la tortura.
Al conducirme dos guardias por el largo y penumbroso
corredor, de pronto me dijeron que me detuviera con la cara
vuelta hacia la pared. Se colocaron ellos a mi. espalda. Es-
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pere, encogiendome, a sentir un golpe o quizas un tiro en la
nuca, pero no paso nada. Luego of pasos que se aproxima??
ban en direccion opuest4. Era que llevaban a otro prisionero
de regreso a su calabozo, despues de haber estado en la
oficina de la NKVD, y no querian que yo viera de que preso
se trataba. Los pasos so aproximaron mas a nosotros y si?.
guieron adelante, despues de lo cual se me permitio dar Cara
al frente pars seguir Camino de la oficina.
Pronto llegamos a iun amplio corredor, al cual daba la
puerta de la oficina de la NKVD. Adosados a uno de los mu??
ros habia unos gabinetes de madera, como casillas telefo??
nicas. Eran los lugares' donde los prisioneros esperaban su
turno para ser interrogados. Se me empujo hacia dentro de
uno de esos gabinetes y! se me dijo que esperara. Hasta ese
momento, alguna vez yo me habia sentido mas o menos tras-
tornada, pero nunca como esa ocasion, ya que siendo la no-
che bastante fria, empece a sentir que por todo mi cuerpo
corria copioso sudor. A lo lejos, ligeramente apagados por
los muros que se interponian, alcanzaba yo a oir los la-
mentos de una mujer, te'lribles gritos de dolor y de angustia.
Cerca de mi, en el gakinete contiguo, una mujer se solto
Ilorando.
No se cuanto tiempo hube de esperar en aquel estado
de terror, Pero de pronto se abrio la puerta del gabinete y
me sacaron de ahi casi!a rastras para llevarme a una ofi-
cina intensamente alurhbrada, con trdgica intensidad, de
la NKVD. Me sorprendio no ver ahi mas que a un solo or"i-
cial que me miraba impasiblemente y que sin el menor ti-
tubeo, me ordeno que denuciara yo a mi esposo de ser espia
de los enemigos del Soviet si queria evitarme mayores difi-
cultades.
Esto provoco en mi una reaccion de ira que hasta me
hizo olvidar el miedo. to que dije fueron las primeras pa-
labras que pronunciabaI desde que? se me capturo, y las dije
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con toda entereza: "Soy mujer casada que area a su esposo
y no tratare de librarme de dificultades por ese medic".
Me enorgullecia de hablar asi, con todo enfasis, profun-
damente indignada, ante una situacion que :podia haberme
anonadado. Mis palabras solo provocaron risa en el hombre
de la NKVD, y sin decirme mas, fui conducida secamente
otra vez al calabozo.
Media hors m.as habria transcurrido cuando se me le-
vanto de nuevo para Ilevarme otra vez a presencia del mis-
mo oficial. Mis temores habian aumentado enormemente.
Z Se me torturaria y se me golpearia, y en caso de someter-
seme a semejante tratamiento podria yo resistirlo? La tor-
tura a que fui sometida revistio una forma inesperada..
Primero se me hizo una pregunta breve a la que conteste
categororicamente,.
-ZYa cambio usted de opinion?
-No, senor.
Entonces el individuo aquel cruzo el cuarto y sin decir
nada, abrio una puerta que estaba en el muro del fondo. Al-
cance a ver que conducia a un cuarto mucho mas grande y
aiumbrado con luz mas intensa. Al fondo de ese salon, col-
gado de los Brazos con un aparato extrano, estaba un hom-
bre que tenia medio cuerpo desnudo. Junto a el habia dos
esbirros de la NKVD cuyos brazos se alzaban. y caian sobre
el acompasadame nte, en tanto la figures del prisionero se re-
torcia y encogia, :pero no of que gritara. De la boca de
aquel preso salia solo un ruido gutural horrible. De pronto
el guardia solto la cuerda que mantenia al prisionero y este
cayo al suelo arrojando sangre por todas partes. Genre
los ojos. A mi espalda of la voz del oficial de la NKVD.
-Ese es el marido de otra mujer presa. Su esposo de
usted sera el proximo.
Luego se me condujo de vuelta al calabo.zo.
Once veces durante la noche se me llevo a rastras al
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"...se me obligo 4 presenciar las escenas espantosas del
martirio de un hombre..."
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cuarto de los interrogatorios y se me obligo a ver por la
puerta fatidica las escenas espantosas del martirio de un
hombre. La tortura era cada vez mas horrible que la ante-
rior y me atormentaba mas, porque en cada ocasion al abrir-
se la puerta esperaba yo ver a Carlos, mi esposo, colgado en
aquel instrumento de tortura ante mis propios ojos. No se
quien habra sido aquel pobre hombre ni podria decir si era
el mismo cada vez o hubo varias victimas aquella noche.
Debia yo haber sabido que no era tiempo aixn de que le
Ilegara su turno a Carlos, porque la NKVD rara vez realiza
sus amenazas desde luego. Su sistema de tortura consiste
en prolongar la agonia de la espera tanto como sea posible.
Era Iasi el alba cuando por fin se me arroja de nuevo
en el calabozo, a empujones y puntapies, porque lo que habia
visto por la puerta abierta de aquella sala fatidica, me ha-
bia dejado sin fuerza nerviosa, ni para andar siquiera. Asi
pase la primera noche en is. galera numero 73 de la prision
sovietica de Stanislawow.
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CAPITULO III
i
J AMAS volvi a veral oficial de la NKVD cuyos atropellos
resisti con tanto lexito. Pero en cambio vi de nuevo el
cuarto de tortura cuando fui conducida a 61 dos Bias
despues. Como es usual en esas diligencias, ya era bastante
tarde por la noche, y hube de permanecer largo rato en u.no
de los gabinetes de madera del corredor. Al estar esperando
a que se me llam.ase, toda temblorosa por el miedo, of que
golpeaban la pared di;visoria que me separaba del gabinete
contiguo y conteste eon suma suavidad, con lo cual supe
que quien llamaba era una mujer que estaba presa en otra
galera de la misma prision. Desde esa noche diariamente,
al estar otras mujeres y yo esperando en el mismo sitio
para que se nos llamara al interrogatorio, tocabamos con los
nudillos en la tabla que dividia los dos gabinetes y nos co-
municabamos en voz rnuy baja. Asi supimos lo que ocurria
en la prision fuera dei nuestras galeras respectivas.
Con mas prisa de la que yo hubiera querido, se abrio la
puerta de la caseta en que estaba esperando y me conduje-
ron a presencia de log agentes de la NKVD. Esta vez eran
tres los agentes a quo habia de enfrentarme, y aunque pa-
rezca increible, los try s personajes me hicieron las mismas
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preguntas con que se: me habia agobiado desde hacia muchos
meses, cuando todavia me hallaba en mi hogar.
-Si usted es checoeslovaca, , por que tiene nombre
aleman ?
-z Como es que ha aprendido a hablar tantos idiomas?
-G No es verdad que la han venido entrenando desde
su ninez para ser espia anticomunista?
Cada vez que yo negaba to quo me preguntaban, me res-
pondian con un golpe e insistian en su pregunta. Otra nega-
tiva y otro golpe, y despues la misma pregunta nuevamente.
Repetiase una vez y otra el interrogatorio y entonces cam-
biaba el tono de las votes.
-i Por que insistir en negar algo de lo coal tenemos
prueba segura?
-y Por que no c.onfesar la falta y evitar que la sigamos
castigando ?
Las presas me habian advertido que los agentes obra-
rian en esa forma, porque lo unico que deseaban era sacar
una confesi6n, asi fuese falsa o verdadera. Entonces, si ad-
mitia una su culpa, como enemigo confeso del orden social
sovietico, podian esos hombres aplicarle el castigo que qui-
sieran. Asi quo yo estaba algo preparada, gracias a mis
companeras de prisien, y saque fuerzas de flaqueza para
decir siempre "no" cuantas veces repitieron sus preguntas.
Luego, toda temblorosa y sangrante, me volvian a llevar al
calabozo para sacarrne de nuevo de ahi una ho:ra o dos mas
tarde, y conducirme a presencia de los verdugos.
Una noche, despues del interrogatorio usual y de los gol-
pes que me asestaban sin misericordia, cambi6- la actitud de
los oficiales notablemente. Hablandome con voz suave y
tranquila, uno de ellos me dijo que era muy tonta en seguir
asumiendo la misma actitud, cuando en mi mano estaba ha-
cer que las cosas cambiasen en mi favor. Todo lo que ten-
dria yo que hater era decirles cuanto supiese acerca de la
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pareja que fue captuxada con Carlos y conmigo e informar-
los ademas de todo to que ocurriese en mi galera. Yo me
imagino que creyeron,,, que estaria dispuesta a obrar como lo
indicaban, porque cuando les manifesto que me rehusaba
a seguir la conducta ,que me proponian, se mostraron muy
sorprendidos. Pero luego que se dieron cuenta exacta de
la situaci6n, se me echaron encima uno tras otro y me gol-
pearon y me dieron puntapios hasta hacerme perder el sen-
tido. Volvi en mi cuando estaba tendida en el piso de mi
galera.
Lo que me esta1 a ocurriendo era algo completamente
usual en la prisi6n. ara vez pasaba una noche en los largos
diez meses que estuvq en aquella cartel, sin que a una mujer
se le levantara con lujo de violencia por los guardias y se le
hiciese salir del cuart'o para devolverla un par de horas nias
tarde, siempre cubie to de, sangre. Muchas de estas muje-
res regresaban en estado de completa inconsciencia, aunque
no estuviesen totalmente sin sentido, y nunca nos cambia-
bamos con ellas explicaciones de ningun genero. Esto se
debia a las espias que hubiera en la mazmorra y que por
un cigarrillo o un pedazo extra de pan denunciarian de se-
guro a sus companergs de prisi6n ante los agentes secretos.
Muchas mujeresl que regresaban despuos de las d.ili-
gencias inquisitoriales de la media noche, permanecian si~
lenciosas, en un estado de desesperaci6n muy honda, y algu-
nas hubo que hasta Irataron de suicidarse. Una noche, mi
amiga, que estaba dcrmiendo cerca de mi, fue despertada
por un ruido curioso, como de alguien que respira dificilm.en-
te, y por los movimiertos convulsivos de un cuerpo que estaba
junto al suyo. Se pu$o rapidamente de pie y alcanz6 a sol-
tar una tira de tela con la que se estaba ahorcando una de
las presas. Era un jir6n arrancado a una camisa. Aquella
mujer luch6 contra mi amiga para que no le impidiera qui-
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tarse la vida. Mordio y arano a mi amiga en su lucha, no
por la existencia, sino contra ella.
A pesar de todo el horror de aquellas noches, me pare-
ce que las mananas eran au.n mas dificiles de soportar, por-
que en la noche una podia escapar de la angustia. De tanta
fatiga se quedaba una dormida, y en sus suenos siempre
se sentia transportada al pasado, a esos dias en que una po-
dia entrar y salir por todas las puertas sin rejas, cuando
una podia asomarse a las ventanas y contemplar un mundo
normal. Y si el sueno no llegaba, bien podia una, sonar con
los ojos cerrados... Sonar con aquella casita en que yo, por
ejemplo, fui tan feliz al lado de mi esposo; sonar recordando
alguna palabra tierna y amorosa, o los versos de a]gun poema
que volvia a la memoria, o alguna melodia que yo cantaba
con mis amigos...
Pero por la manana el retorno a la realidad era intole-
rable. Del suelo fangoso y de la letrina abierta del rincon,
de los cuerpos sucios y sudorosos que se apretujaban cu-
biertos de ropas astrosas y llenas de insectos, sallan olores
que se mezclaban con la pestilencia del pescado rancio y la
sopa de col acida de la vispera. Despertando de pronto, re-
adquiria una sus sentidos y percibia los ronquidos de las mu-
jeres ancianas, las toses y los gargajeos, los lamentos y las
maldiciones que acompanaban indefectiblemente el retorno
de la manana en la galera numero 73.
Toda la noche habiamos permanecido recostadas en el
piso, en gran apretura; muchachas muy jbvenes y muje-
res viejas; apretujandose las que tenian refinamientos y las
que eran criminales, juntando nuestros harapos para ca-
lentarnos, y los piojos y otros insectos recorrian y picaban
nuestros cuerpos. Si una mujer cualquiera decidia cambiar
de postura, toda la hilera tenia que hacer lo mismo, porque
asi estabamos de juntas y apretadas. Si se movia una mu-
jer, o si tosia o Iloraba, le lanzaban muchos i.mproperios,
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todo genero de insultos, porque las delincuentes del orden
comun usaban un lenguaje procaz, y todas en general se
disgustaban por cualquier ruido o movimiento que les im-
pidiese escapar de la pavorosa realidad por la via del sueiio,
aunque fuese por uias cuantas horas. Dormidas podiamos
olvidar hasta el harjbre que estrujaba nuestros est6magos,
los golpes que tenian tundidos nuestros cuerpos y los dolores
que producia el durq lecho en nuestros huesos, y aun el. frio
y el terror que nos martirizaban durante el dia.
Pero cuando la,1luz del alba pene-traba por el ventanillo
elevado, la saludaban maldiciones e improperios. No habia
nada bueno que esperar, nada que el dia pudiese traerle a
una mas que cocas Peas y temibles. Quizas habria otro inte-
rrogatorio en la ofcina principal; acaso volveriamos a oir
los alaridos de algui a desdichada persona a quien estuviesen
torturando ; tal vez iabria un subito tiroteo mas en el patio
de las ejecuciones.' Quiza el nuevo dia nos diera la rara
oportunidad de darrios un bano, lo cual hubiera sido motivo
de felicidad a no ser porque los guardias aprovechaban la
ocasi6n para atormentarnos obliga'ndonos a perman.ecei
completamente desi udas en el s6tano frio donde nos bana-
bamos, mientras ello's se divertian abriendo y cerrando desde
arriba las Haves del, agua, con lo cual nos echaban alterna-
tivamente chorros de agua helada y de, agua casi hirviendo
que martirizaban nuestros cuerpos temblorosos.
Las mujeres que se enfrentaban con renovada congoja
cads dia a tan angustiosa situaci6n en la galera numero 73,
eran de todos los tipos imaginables. Las habia j6venes y
todavia inocentes a: pesar de lo que habian pasado ; otras
eran ya endurecido''s despojos sociales. Habia entre estas
una que dio muerte 4 su niiio. Otra era una criminal que ha-
bia asesinado a su s;uegra y despues incendi6 la casa en. que
vivia, para ocultar Au crimen. Muchas de ellas eran muje-
res publicas. Habia algunas muchachas polacas y ucrania-
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nas, de buena crianza y muy religiosas. Las criminales se
entretenian escandalizandolas con palabras ordinarias todo
el dia, y nos encolerizaba que aquellas ninas tuviesen que
escucharlas forzosamente. Pero cuando las crimkinales ad-
vertian nuestro disgusto, se echaban a reir y gr:itaban sus
picardias con mayor fuerza, poniendo especial empeno en
que aquellas ninas las oyesen y comprendieran el. significa-
do de sus malas palabras.
No podia haber secretos en nuestra prision. No habia
que hater en todo el diva, mas que esperar la ilegada temida
de los carceleros. No teniamos libros ni papel para escri-
bir, y aunque habiamos tratado de improvisar agujas para
coser nuestras ropas, empleando huesos de pescado que a
veces encontrabamos en la sopa, los guardias nos las quita-
ban tan pronto como las descubrian en nuestro poder.
La ociosidad obligatoria en que viviamos, daba pabulo
a la curiosidad de las mujeres. Hacian una interminable
serie de preguntas todo el largo dia y no respetaban nada
de la vida privada de ]as demas. Tenia una que acabar ce-
diendo a sus instancias y contestando a sus preguntas, aun-
que no fuese mas que para escapar a sus interrogatorios in-
sistentes. De esta manera fue que hubimos de hablar acerca
del pasado y de como ocurrio que nos pusieran en la prision.
Una mujer habia sido enviada a la cartel por haber pertene-
cido a cierta organizacion patriotica mucho tie:mpo antes
de la guerra; a otra la tenian alli por haber sido profesora
y haber ensenado a sus alumnas un poema encantador pero
que estaba prohibido por las autoridades. Las jovencitas
de que antes hablaba, estaban presas nada mas porque ha-
bian pertenecido a la organizacion de las ninas exploradoras,
las girl scouts, que fue prohibida por los soviet:icos; otras
como yo, habian tratado de escapar cruzando la frontera y
habian sido capturadas. Pbr fin ya todas sabiamos cuanto
podia saberse respecto de las demas ; como habia vivido cada
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una antes de la ocupacion rusa y por que tortuosos caminos
cada una habia llegado a ese espantoso lugar del que no ha-
bia escapatoria pos*ble.
Solo una entre hosotras mantuvo su secreto y permane-
cio como un enigma insoluble. Ni la mas curiosa de nos-
otras pudo desgarra el velo misterioso que la rodeaba. Un
dia de tantos, cuantlo menos se esperaba, la arrojaron en
nuestra celda. El estrecho lugar estaba repleto ya de cuer-
pos humanos, y parecia imposible que se hiciese sitio para
uno mas, pero el guardia abrio la puerta, la metio a empu-
jones y volvio a cerrar. Y all estaba ella, un esqueleto des-
calzo medio envueltb en unas garras. Su cuerpo emaciado,
su blusa hecha jirones y lo que le quedaba de enaguas tenian
un solo color : terroso y ceniciento, y le habian rapado total-
mente el craneo.
Permanecio tirada en el suelo, cerca de la puerta, donde
cayo cuando la metieron, abrazando sus rodillas huesudas,
sin dirigirnos la mirada. Cuando nos le acercamos, se en-
cogio mas, huyendo' de nosotras, agachaudose como si tu-
viera un miedo insufrible. Parecia mas "ien un ser salvaje
escapado de las selvas que un ser humano; un cuadro mudo
del terror y is, desconfianza. Tratamos de comunicarnos con
ella en diversos idiomas, pero no parecia enterarse de nada,
como si fuese sorda y muda.
Y asi permanecip toda la noche, muy cerca de la letrina,
un monton de despojos y de harapos completamente sin vida.
Durante varias sennanas se mantuvo aislada y silenciosa,
sin preocuparse de to que nosotras quisieramos hacer Para
acercarnosle. 'Tenia !el cuerpo y las ropas Ilenas de piojos
y no se preocupaba or ello. Le hicimos seiias Para hablar-
le indicandole como debia coger los insectos y matarlos, pues
todas nosotras habiamos aprendido ese arte tan util des-
pues de varios meses de prision. Pero al parecer a ella no,
le importaba que la atormentasen los piojos. Estaba siem-
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pre sentada, viendo c6mo aquellos asquerosos animales se
paseaban por sus piernas y sus Brazos.
Cuando nos traian el pan y la sopa, aquella mujer no
se apresuraba a recibir el alimento como lo haciamos las
demas, sino que esperaba con toda apatia a que acabaramos
nosotras y despises se ponia a comer despacio, partiendo su
pan en pedacitos muy pequenos y bebiendo su sopa a sor-
bitos. Los carceleros se aparecian con suma frecuencia y le
ordenaban que dijese su nombre, pero ella contestaba nada
mas: "yo soy hija de Dios". Le preguntaban entonces que
hacia cerca de la frontera hungara, y ella respondia inva-
riablemente con la misma voz hueca: "Estaba buscando
hongos en el bosque y me! perdi". Los carceleros jamas ob-
tuvieron de ella otra respuesta, aunque mucho se esforza-
ron por obtenerla, fuera de lo ya dicho.
Un dia la desnudamos por la fuerza, le echamos enci-
ma una manta y llevamos sus ropas sucias al bano para
matarle los insectos. Pero no pareci6 advertir diferencia
alguna .cuando le devolvimos sus ropas ni le import6 que
estuviesen limpias o sucias. Hicimos todo lo posible por
hacerle notar que nosotras no eramos sus enemigas, pero
ella no cambib su actitud en lo absoluto. Nada nos hizo
comprender lo que ella sentia, adivinar lo que ella pensaba,
si es que esa mujer podia sentir y pensar.
Los guardias nos ordenaron que la hicieramos hablar
y que les dieramos parte de to que dijese. Claro esta que
si aquella mujer nos hubiese dicho algo, ninguna de nos-
otras habria trasmitido sus palabras a los guardias; es
decir todas menos una, la cual habiamos descubierto que
era espia. Siempre que cualquiera decia algo que aquella
mujer pensaba que fuese de interes para la NKKVD, espe-
raba a que llegase el guardia con la sopa y le hacia una
sera. Minutos mas tarde la mujer espia era llamada a la
oficina principal, y despues de su regreso, una a otra de las
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presas era llevada al ''Isotano y azotada o confinada en una
celda solitaria sin recibir alimento ni agua. Despues de
algunos meses de vivir juntas en la galera, esta mujer era
la unica a quien temiamos. Todas las demas, aun las rnas
avezadas criminales, se ponian de parte de las presas en
contra de los guardian.
Asi los dias y lag noches se sucedian Ilenos de horror
y desdicha. Contabamos las semanas que iban pasando por
medio de rayas que pintabamos en la pared, y de este modo
pudimos calcular cuando debia de ser la Navidad. La lle-
gada de esa fecha parecia modificar algo en nuestra vida.
Unas cuantas recibian de sus parientes algunos paquetes y
hacian participes a las demas del aguinaldo recibido y que
a menudo consistia en pan hecho en el hogar. Una mujer
recibio una vez un jabon y nos permitio que nos lavaramos
la cara con el en la Navidad. Hasta Ilegaron al calabozo
algunos cigarrillos en esa ocasi6n, enviados a una de las
mujeres publicas, y esta paso el cigarrillo que fumaba, de
mano en mano, para que todas le dieran una fumada.
En la Noche Buena decidimos despejar el centro de la
galera y ponernos a bailar, pero era tan pequeno el espacio
de que disponiamos, que no sabiamos que baile pudiera in-
tentarse en esa estrechez. Algunas propusieron cuadrillas,
pero no recordabamosl como se habian de disponer las figuras
de ese baile. De pronto, cuando mas, confiadas nos hallaba-
mos, sucedio algo que nos turbo profundamente a todas :
La prisionera andrajosa que estaba acurrucada en el
rincon y que jamas habia hablado una sola palabra, se puso
de pie y comenzo a dirigir las cuadrillas, en frances ha-
blado tal como se oye' en Paris, con la "r" gutural. Con voz
plena de contralto, palmoteando el compas, gritaba:
"A la droite, passez, tour des mains, balancez!"
Pocas mujeres sabian en que idioma hablaba la priso-
nera astrosa, pero todas advirtieron la excitacion que ha-
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bia en su voz y empezaron a danzar al ritmo para ellas des-
conocido que eila marcaba, unas riendo y otras llorando.. .
i, Era el espiritu de Navidad que se atrevia a romper las
defensas, por asi decirlo, que cercaban al espiritu de aquella
cautiva antes muda? i, Es que no pudo al fin soportar ya
mas su aislamiento, o era su actitud un reto a las fuerzas
hostiles que la persegulan? Nadie lo sabria jamas. Pero
alli estaba ella, completamente transformada, a pesar de
sus andrajos y su cabeza monda, rapada, -un ser humano
con un corazon que latia y con unos ojos muy brillantes,
sonriendo por la primera vez desde que llego a nuestra
carcel.
"Balancez, tour des main, reverence!"
Subitamente se me vino a la mente la certeza de que yo
habia visto a esa mujer antes. L Acaso en algun teatro o qui-
zas su fisonomia me recordaba el rostro de alguna mujer
bella, vista en cierta publicacion ilustrada? Al observar su
cara bajo la tenue luz que radiaba de la unica la:mpara elec-
trica que pendia del techo, me figure verla como estaba
segura de haberla contemplado alguna otra ocasian, bella
y dominadora, vestida toda de blanco, con los ojos oscuros
centellantes y una tiara refulgente coronando la masa de su
cabello negro.
"A droite, balancez... Bajo el hechizo de su voz,
bailamos todas hasta caer exhaustas.
Esa noche me fue itnposible dormir. En vano hurgaba
en mi memoria tratando de recordar donde habia visto
aquella cara antes. ,De donde surgia ahora esa mujer?
i, Donde habia estado antes de que se convirtiera en aquel
despojo humano sin hombre, mal cubierto de andrajos?
Al dia siguiente, tan pronto como el carcelero trajo la
sopa, nuestra espia le hizo una sefia y poco mas tarde fue
llamada a la oficina de la NKVD. Unos instances despues
llegaron los guardias y se llevaron a nuestra alegre danzan-
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to de la vispera. La francesa se levanto del suelo en cue
yacia, poco a poco, y,nos miro a todas. Luego, con un n.7o-
vimiento suave de su mano se despidi6 de nosotras, salio
del calabozo y la puerta se cerro tras ella... Dias y sema-
nas esperamos su regreso, pero jamas volvib a la galera
numero 73.
Aquella misma troche de su despedida, cuando la mu-
jer que nos espiaba?egresb al poco rato, sonriente y con
un cigarrillo entre los labios, hicimos entre todas algo que
jamas nos habiamosatrevido a hacer antes. Sin decirnos
nada para ponernos de acuerdo, nos echamos sobre la espia.
Alguna de las presas,', no recuerdo cual, le tap6 la boca para
que no se oyesen sus gritos, y las demas la golpeamos y azo-
tamos sin pensar porun momento en las consecuencias que
tendria nuestra conducta.
La espia se quejo de seguro ante los jefes del penal y
les mostrb las huellas de la golpiza que le propinamos, pero
quien sabe por que no se dio paso alguno para castigarnos.
La espia habia dado a los policias los informes que necesi-
taban, y por lo demaa a ellos no les importaba un spice la
suerte que ella corriese. Hay por lo menos una espia como
aquella en cada galena de las prisiones sovieticas, pero a
pesar de los servicios que prestan a la NKVD, las abandona
a su suerte si por su Ospionaje se ven a veces en aprietos.
Jamas he podido olvidar a esa mujer anonima y miste-
riosa que dirigio nuestro baile de Navidad en aquella noche
ahora tan lejana. /, Que habra pasado con ella despues de
que se despidio de nosotras agitando levemente su mano y
la puerta del calaboz~ se cerro tras ella?
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D URANTE todo. el resto de la temporada que pase en
Stanislawow, continu6 la rutina anterior: las noches
en el suelo sucio, apretujada entre los cuerpos de las
demas presas; los dias con hambre y angustia constante:
todo ello durante diez largos meses.
Lleg6 por fin en 1941 el dia del Ilamado JUICIO, una
escena que se reproducia en serie, coma una interminable
farsa, sin paralelo on la historia del Derecho. Esta vez
no se me hicieron preguntas ni se me dio oportunidad de
defenderme. Una por una compareciamos las presas ante los
jueces, se nos inforrnaba del crimen que habiamos cometido
y por el cual nos hallabamos en aquel predicamento, y se
nos sentenciaba, todo de un golpe... Mi "delito" era el inten-
to de escapar del pals cruzando la frontera sin la autoriza-
ci6n necesaria. Se me sentenci6 a cinco aflos de trabajos
forzados en un campo de concentraci6n de Siberia.
He dicho antes que comenz6 mi castigo precisamente
el dia en que Rusia y Alemania se dividieron entre ellas el
territorio de Polonia. Aunque no se dict6 sentencia en mi
caso hasta dos anos despues, mi encarcelamie:nto era una
consecuencia inevitable de haber caido bajo el regimen de
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los rusos. No import, cual hubiese sido nuestra conducta,
aunque hubieramos tratado siempre de obedecer las dispo-
siciones de los sovieticos, no habriamos podido evitar el que
ellos nos "castigaran"1 En visperas de la invasion de Rusia
por Hitler, nuestro pequeno grupo de checos, polacos y otros
ciudadanos de paiseseuropeos orientales, era enviado muy
lejos hacia el interior lde la URSS, para que no constituye-
semos un peligro para el pals, y ademas para utilizarnos
como trabajadores forzados en favor de la Union Sovietica.
Mas tarde, cuando los' ejercitos nazis avanzaron amenazan-
do a Rusia con su deffnitivo aniquilamiento, se nos cortejo
por los rusos para ginarse nuestra voluntad e inducirnos
a pelear con ellos co#no hermanos eslavos suyos, hombro
con hombro, al lado del Ejercito Rojo. Pero por lo pronto
se nos enviaba a cameos de esclavitud.
Era a fines de lai Primavera de 1941 cuando mis com-
paneras de prision y yo tuvimos que emprender la marcha
interminable a traves'', de la URSS hacia Siberia. No habia
vuelto a ver a mi esposo desde la noche de nuestra captura
por la NKVD, y ahora que se me enviaba tan lejos, tuve
por cierto que iba a separarme de 61 para siempre.
Habia una estacio'n en la primera parte de nuestro via-
je: Starobielsk, en la Ucrania. En medio a su esplendor bi-
zantino los sovieticos: habian organizado un lugar en que
distribuian a los prisioneros destinados para su red de cam-
pamentos. La poblacion, situada al Sur de Kiev, rodea un
Viejo monasterio ortodoxo, pero su magnifica apariencia
de antaflo ha perdido todo su antiguo esplendor. La ma-
yoria de estos monasterios de siglos, con sus espesos muros
de piedra, se consideran por los rojos Como excelentes prisio-
nes, y en el de Starobielsk el templo principal habia sido
despojado de sus ornamentos para instalar en 61 hilera tras
hilera de camastros.
Alli dormimos durante el periodo en que se nos retuvo
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en ese Lugar, y en sus muros vimos angustiosos mensajes
que escribieron otros presos que pasaron antes que nos-
otros. Unas veces solo pusieron sus nombres o sus firmas ;
otras escribieron breves poemas o exclamaciones muy sig-
nificativas, como "I 'Dios nos salve ahora!" En esa misma
iglesia, como lo supo el mundo entero posteriormente, fue
donde miles de oficiales del ejercito polaco estuvieron pri-
sioneros antes de que se les asesinara cobardemente por
los rusos en el bosque de Katyn.
Junto con cientos de prisioneros de ese lugar, hube de
someterme a un examen fisico superficial. Aquellas de nos-
otras que habiamos sobrevivido a la larga sentencia de
reclusion, a la tortura del hambre, fuimos declaradas vigo-
rosas por naturaleza y por lo tanto nos senalaron para pur-
gar nuestras penal en los terribles campamentos del norte,
los cuales estan ubicados en la isla artica de Novaya Semlja,
Provincia de Komi, en la Siberia septentrional.
Sin embargo, por bondadosa intervencion de un medico.
polaco que me examino y juzgo indispensable operarme un
ojo sin anestesia, me salve de que me enviaran a los cam-
pamentos del norte, que son los mas terribles de todos.
Cuando el medico supo lo que nos habia pasado a Carlos
y a mi, se conmovio profundamente por nuestra desdicha
y propuso que se me pusiera en la categoria "B", porque
declaro que no estaria yo capacitada para resistir los rigo-
res del invierno en la region artica.
Departiendo con el doctor, me entere por la primera
vez de que Carlos se hallaba tambien en aquella prision,
esperando a que se le seleccionase para su envio a determi-
nado campamento, Como a mi. A este medico le habia to-
cado examinar tambien a mi esposo, y con sumo tacto me
informo que los terribles golpes que le habian ? dado a Car-
los en la prision de Stanislawow habian acabado con su
buena salud en tal manera, que no volveria ya jamas a ser
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el mismo que habia silo antes. Me aseguro que mi marido
no seria enviado a ca$npos de trabajos forzados que estu-
viesen muy al norte, porque lo habla colocado como a mi
en la categoria "B". ', No comprendi sino muy vagamente
que el medico tratabade explicarme algo acerca de un pro-
fundo cambio fisiologico que habia sufrido mi esposo por
la golpiza que le propinaron. Por lo pronto me bastaba con
saber que vivia aun y que estaba en la misma prision que
yo.
'Diez dias mas tai de nuestro grupo de varios cientos
de mujeres fue enviado a su destino, el cual no conociamos
nosotras. Cuando nos', dirigia,mos a la estaciSn del ferroca-
rril, alcance a ver a mi esposo por la primera vez en casi
un ano. Caminaba yo toda abatida hacia el tren, cuando
la mujer que iba a mil lado me di6 un codazo y me advirti6
la presencia de un grupo de prisioneros varones que esta-
ban mas ally de la via, uno de los cuales trataba desespera-
damente de Ilamar mi atenci6n. No le reconoci de pronto,
pero de subito se puso' a silbar una melodia que Carlos y yo
siempre usabamos para saludarnos cuando regresaba a casa
despues del trabajo. Ya no me cupo la menor duda. Ese
hombre encorvado, envejepido, canoso, agotado, era mi ma-
rido. La ultima vez que lo vi era un hombre robusto, de
cerca de cuarenta ands de edad, y de esto hacia menos de
un ano. Ahora tenia ante mi un esqueleto, un ser enjuto y
desprovisto de fuerzas hasta para permanecer erguido. Me
desmaye al verlo en ese estado y tuve que ser llevada en
brazos hasta el tren. Durante varios dias solo pude perma-
necer tendida en el $uelo del vagon, casi enloquecida de
dolor y de angustia.
Era nuestro convoy una larga hilera de vagones para
ganado, con una Bola locomotora. Sesenta mujeres se apre-
tujaban en cada vagon, y un guardia se encargo de dar a
cada una su mezquinal raci6n alimenticia. Lo que nos daban
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era unas cuantas piezas de pan duro y varios arenques. Una
vez recibido este rancho, se sello el vagon. Un agujero
abierto en uno de los rincones servia de excusado. No ha-
bia bancas ni ropa para abrigarse, ni agua, y por todo ali-
mento contabamos con to que habiamos recibido y que
apretabamos en nuestras manos. Cada dos o tres dias se
detenia el convoy y bajabamos a buscar agua. Luego se
nos hacia volver al vagon y se nos encerraba de nuevo.
No se cuando dluro en total aquella travesia, porque
poco despues de la salida dejamos de contar los dias. Solo
nos servia para calcular la extension recorrida, el aumento
notorio del frio, que se hacia cada vez mas insufrible. Me
imagino que atravesabamos los Montes Urales cuando va-
rias mujeres de nuestro vagon se pusieron de pronto muy
enfermas. Mi amiga checoslovaca, que todavia estaba con-
migo, sufrio un ataque de pulmonia casi desde nuestra par-
tida. Yacia, mas muerta que viva, en un rincon del carro,
ardiendo de fiebre y delirando dia y noche.
No habia absolutamente ninguna medicina ni atencion
profesional en el tren. Ni siquiera agua habia para hume-
decer los labios secos de la mujer agonizante. :Los guardias
jamas venian a vernos fuera de los dias en que nos permi-
tian desembarcar. Quienes morian quedaban encerradas
con las que conservaban la vida, hasta el momento en que
se tenlan que abrir las puertas de los vagones. D a tras
dia arrastrabanse aquellos trenes para ganado en cuyo vien-
tre conducian mujeres indefensas e inofensivas, una carga
humana de angustia y de dolor en aquel viaje espantoso.
Por fin un dia el tren se detuvo bruscam.ente y hubo
una larga espera, mayor que de costumbre, antes de que
se abriesen las puertas. Cuando vino el guardian nos orde-
no recoger nuestras cosas y bajar del vagon. Se nos formo
en el anden, detras de los vagones, para que no pudieramos
ser vistas por los habitantes del lugar adonde habiamos
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Ilegado. Al bajar de los vagones y mirar en torno, llego a
nuestro conocimiento que nos hallabamos en Akhmolinsk,
en la Kazakhstan sibe?iana. Estabamos en el centro de una
docena o mas de cameos de trabajos forzados que salpica-
ban el territorio en un radio de cientos de kilometros. Cuan-
do esperabamos detras de los vagones, llego un buen nu-
mero de camiones de carga cubiertos de Iona en los que
subimos todas para recorrer el ultimo tramo de nuestro ca-
mino.
Varios dias tardamos en hacer el recorrido para llegar
al campamento que sel nos tenia senalado, aunque la distan-
cia era relativamente corta. Por todas partes en torno
nuestro veiamos una arena fina, amarilla, propia de una
region semidesertica. Pronto empez6 a soplar viento muy
fuerte cargado de arena, al grado de que nuestra caravana
tuvo que detener su marcha. Las mujeres, agachadas en
el fondo del camion, estaban poseidas de verdadera histeria
al sentir que la tierra' les Ilenaba la boca y las narices, im-
pidiendoles respirar. Truenos y rayos y un copioso agua-
cero siguieron a ese fenomeno, con lo cual nos empapamos
y se enfriaron nuestros cuerpos hasta los huesos. Pero la
Iluvia limpio la atmosfera y pudo nuestro camion reempren-
der la marcha. Saliamos de la orida region para. entrar en
un territorio fertil, un mar infinito de trigales por un ]ado
y de ricos sembrados 'de hortalizas por el otro. Alla en el
horizonte alcanzamos 'a ver el campo de trabajos forzados
numero 889, en eI que penaban miles y miles de mujeres
esclavizadas. Pronto seria yo una de ellas.
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N o dispongo de datos estadisticos que ofrecer a mis
lectores acerca de este campo de concentration y de
trabajo. Solo puedo decir lo que vi y lo que of con
mis propios ojos y mis oidos en ese lugar donde hube de
vivir como un animal hasta el dia de mi liberation. Afir-
mabase en torno mio que eran 6.000 las mujeres que tra-
bajaban como esclavas en aquel campo, y algunas prisione-
ras que fueron trasladadas a ese Lugar procedentes de otros
campos, con las que yo hable, me aseguraron que este era
el mas pequefio de toda la region.
Viviamos en casas hechas de adobe, a raz6n de 80 cau-
tivas y una vigilante en cada casa. Por la noche nos entre-
gabamos al sueflo amontonadas en tres filas de catres o
literas alineadas junto a los muros. La alimentation era
apenas suficiente para mantenernos con vida; se nos exigia
un trabajo excesivo con barbara crueldad incesante y el es-
fuerzo que desarrollabamos deshacia nuestras espaldas.
Se habia metido la Union Sovietica en dispendiosas in-
versiones para hacer fertil aquella region arida, y el nit-
mero enorme de trabajadores que morian resultaba para
las autoridades un precio bastante reducido en pago del
rendimiento que exi:gian de aquel suelo antes infecundo.
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Los vastos trigales y las enormes huertas eran el producto
de innumerables pozos artesianos y de muy extensos siste-
mas de riego. Las cosechas que se levantaban eran en ver-
dad milagrosas. No era efecto de mi imagination hambrienta
el ver aquellas zanahdrias y patatas que pesaban una libra
cada una, y las lechugas, las coliflores y otras legumbres
verdes que eran gigantescas.
Todo esto se obtenia por obra de las sudorosas escla-
vas que labraban las tierras situadas en torno a Akhmolinsk.
Los jardines eran creaci6n de los jornaleros esclavos, desde
la excavaci6n de los 1Sozos y las cunetas de riego hasta el
planteo, el cultivo y ',la colecta de las cosechas. Pero en
tanto aquellos pobres', seres humanos que producian tama-
nas riquezas estaban' muriondose de hambre, maltratados
y humillados en todas' las formal imaginables, diariamente
se mandaban a la Rusia europea cientos y cientos de auto-
camiones rebosantes e'n sus cajas de aquellos deliciosos ali-
mentos que eran el producto de nuestras amarguras.
Nuestras raciones alimenticias contrastaban espanto-
samente con las riquezas nutritivas de que estabamos ro-
deados. Para el desayuno se nos daban 45,0 gramos de pan.
Al mediodia nos entregaban una sopa aguada, y por la no-
che una substancia acuosa en la que nadaban unas cuantas
legumbres hervidas que ya estaban rancias y por lo tanto
eran inferiores en cali'dad, de modo que no podian incluirse
en las que se embarcaban a bordo de los autocamiones. Un
especialista en nutriologia podria dar a mis lectores infor-
macion estadistica sobre los efectos de una dieta semejan-
te aplicada a personas que tenian que desempenar trabajos
muy arduos en un clima espantosam,ente frio ; yo solo me
limitare a decir que we tocb ver con mis propios ojos como
morian de hambre y de frio algunas de mis companeras.
Por lo que, a mi se refiere, era bastante fuerte y pude re-
sistir el castigo mejor
que la mayoria de mis companeras.
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A pesar de ello, si al entrar en la prisibn pesaba 69 kilos,
el dfa en que me pusieron en libertad s6lo pesaba 43. Cuan-
do me capturaron no tenfa una sola cana, y cuando salt del
campamento mi cabeza estaba toda blanca, toda blanca.
La falta en que incurrfan con mayor frecuencia los pri-
sioneros en ese lugar era el robo de pan. A pesar del cas-
tigo tan severo que se les imponfa por roba:r alimentos,
el hambre era mas fuerte que el temor y los robos de esa
clase eran constantes. El afan mayor de cada recluso, hasta
ser en el toda una pasibn, consistfa en trabajar en la cocina
del campamento. All!, el grupo selecto, la "elite" de los
prisioneros y los favoritos de los vigilantes recibfan pues-
tos que los capacitaban para robar alimentos sin correr mu-
cho peligro de que los descubriesen. Era tan intensa el
ansia de conseguir allimentos, que se llegb a establecer una
especie de ley de la selva, por la cual cuando :morfa algun
prisionero, se dejaba su cadaver en la litera todo el tiempo
posible, para que siguieran enviandole sus raciones alimen-
ticias, que se repartian sus companeras de cautiverio. Esa
ley era precisa: el alimento de la muerta pasaba a pertene-
cer a las dos companeras del presidio que doimfan junto
a ella.
Hable una vez con una prisionera que fug trasladada
a nuestro campo procedente de Komi, en el norte, la cual
me jur6 que en aquella prisibn se practicaba el canibalismo.
Me dijo una noche:
-Si cualquiera que haya estado en Komi :le dice a us-
ted alguna vez que jamas comib carne humana, digale que
miente. Todos los reclusos, hombres y mujeres, del cam-
pamento de Komi han comido alguna vez por fuerza carne
de sus semejantes. Yo lo hice. Tan pronto como morfa al-
gun preso -hombre o mujer-, su cuerpo era material-
mente destazado para comerlo.
Y era precisamente en tales condiciones en las que
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nosotras las cautivas teniamos que hacer una jornada de
trabajo cada dia superior a toda fuerza humana. Empeza-
bamos nuestras tareas a las 7 de la manana y no se nos
permitia darlas por terminadas antes de las 6 de la tarde.
Nada mas se nos con~edia media hora para el alimento del
mediodia. Trabajabamos sin descanso 10 dias seguidos y la
labor no se suspendia jamas, a menos que la temperatura
bajase a 35 grados bhjo cero. No habia domingos ni dias
de fiesta, pero despues de una jornada de 10 dias consecu-
tivos de trabajo, venia el "Sanden", o dia del aseo. Habia
entonces que hacer la limpieza de todos los edificios, las
oficinas, las barracas;i las literas y las letrinas. Con suma
frecuencia el "Sanden#' resultaba ser el dia de mayor traba-
jo en vez de un dia de descanso.
Tres clases de taXeas se desempenaban continuamente
en nuestro campamento. Ademas de la tarea pesada en
los cameos, habia una; fabrica en la que los cautivos hacian
toda clase de equipo ',para el Ejercito Rojo. Luego tenia-
mos que trabajar en' cuadrillas de construcci6n erigiendo
nuevas factorias. Para cada una de estas labores habia
una cuota diaria de trabajo, que los comunistas Haman "una
norma". Diariamente teniamos que cubrir exactamente esa
cuota de producci6n, r los capataces debian exigirnosla, en
la inteligencia de que on frecuencia nos la aumentaban para
el dia siguiente. Cualluiera grupo o cuadrilla que no these
la medida ordenada, era objeto de un castigo uniforme: se
le reducia su raci6n diaria de pan a 100 gramos. Asi se es-
tablecia un circulo vicloso cada vez mas inevitable. Los pri-
sioneros se esforzabat de continuo por satisfacer la norma
de rendimiento a que se les obligaba, para que no les redu-
jesen las s6rdidas raCiones alimenticias; pero si lograban
producir todo lo exigido, entonces se les aumentaba la nor-
ma. Esta presi6n constante por alcanzar una tasa de pro-
ducci6n que nunca se Ilogra.ba, y sin mas objeto que evitar
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.. Mi amiga y yo fuimos obligadas al acarreo de adobes,
recorriendo una distancia de 200 metros unas cincuenta veces
al dia..."
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el hambre, determinaba ineludiblemente un agotamiento
fisico casi completo y ademas una reducci6n creciente de
las fuerzas mentales', y espirituales de los prisioneros.
Fue en los aflos a,' que yo me refiero precisamente cuan-
do Rusia invit6 a unos visitantes de paises occidentales a
que fuesen a maravillarse de "los asombrosos triunfos al-
canzados por los soviets". Pero los visitantes extranjeros
jamas inquirieron con la debida minuciosidad respecto al
modo de obtener aquellos logros. Es bien facil hacer que los
desiertos rindan cosechas opimas, abrir canales y construir
fabricas, si se cuenta', para ello con un numero ilimitado de
esclavos que se afanen diez horas o mas cada dia Para al-
canzar las metas que!se les impongan, con tal de no morir
de hambre bajo la crueldad de sus amos. Bien podia Rusia
mostrarse pr6diga con sus recursos de fuerza humana, ya
que era incesante la Ilegada a los centros de esclavitud de
toda clase de prisioneros, y llegaban por millares.
El trabajo que a', mi se me encomend6 con la cuadrilla
de albaniles, fue construir una fabrica. Mi amiga checoes-
lovaca y yo fuimos obligadas al acarreo de adobes hechos
de paja y barro con un peso como de 15 kilos cada uno;, y
unas cincuenta vecesal dia trasladabamos de seis en seis
aquellos adobes, recorriendo una distancia de 200 metros
entre el lugar donde estaban hacinados los materiales y la
pared que levantabamos. Tal fue la norma que se nos im-
puso como trabajo diario. Por la noche estaba yo de tal
manera fatigada, que, Iasi no podia mover las manos para
Ilevarme el alimento a la boca, y algunas de mis compaiie-
ras de prisi6n, que estaban menos agotadas que yo, me ha-
cian el gran favor de alimentarme.
A causa de la postraci6n y la fatiga, la temperatura
tan baja y la alimentaci6n tan insuficiente, la cifra de la
mortalidad era en el dampamento verdaderamente espanto-
sa. Noche por noche 'salia por las puertas del campamento
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un autocami6n que se llevaba los cada.veres de las victimas
de cada dia. Una noche, por accidente, cuando regresaba
yo de mis labores, hube de pasar por el sitio an que los
muertos del dia esperaban el autocami6n que se llevaba los
cadaveres. Conte los cuerpos de los prisioneros que aca-
baron su vida an ese dia. Eran varias docenas. Se apilaban
los cuerpos unos sobre otros como lens, desnudos, conge-
lados y rigidos.
Pese a todo, el campamento tenia un hospital para los
que enfermaban seriamente. Lo atendian exclusivamente
prisioneros, y casi no habla equipo ni elementos medicos,
ni aun anestesicos para las operaciones que con frecuencia
tenian que hacerse a los enfermos. Estaba el hospital ver-
daderamente congestionado de enfermos y moribundos, has-
ta el punto de que ni aglomerandolos todavia rocs quedaba
espacio para otros desdichados que desesperadamente pe-
dian que se le atendiese.
Al enfermarse un prisionero tenia an primer lugar que
avisarlo al vigilante de su galera. Esta mujer, sin prepara-
ci6n cientifica ninguna, era quien debia hacer el primer diag-
n6stico, y lo que investigaba invariablemente antes de todo
era si la enferma tenia fiebre alta. Si le parecia que la en-
ferma estaba realmente grave, Ilamaba al doctor del cam-
pamento; pero si tenia algun rencor contra la p:risionera, se
rehusaba a atenderla y a Ilamar al medico y no habla re-
curso a que apelar contra su decisi6n.
Mi mayor deseo era salvarme de padecimientos que me
obligasen a it al hospital, porque. con frecuencia escucha.-
bamos los gritos de dolor de los pacientes que eran some-
tidos a operaciones o a otros tratamientos sin anestesia al-
guna. Pero esa esperabaa mia de escapar a todo padeci-
miento fisico no llegei a realizarse. Como ocurrio a casi to-
das las demiis cautivas, la falta de alimentos suficientes
acab6 por producirme an las piernas y an. los pies Ilagas
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y ialceras terriblemente enconadas. A pesar de esto se me
oblig6 un d!a a trabajar con un grupo de presas en la li:m-
pia de tanques de agua putrefacta, metiendo los pies hasta
las rodillas en un verdadero cultivo de microbios. El resul-
tado fue que unos cuantos dlas despues habla yo contraldo
una infeccion en la pierna derecha de tal manera grave,
que hubo de llevarseme al hospital. El medico resolvio en
un instante cortarme'Ila pierna, y aunque estaba medio en-
loquecida por la fiebr'e, grite y llore pidiendo misericordia
cuando se me conducla al cuarto de operaciones. Hubiera
preferido morir ante que quedar convertida en una inva-
lida en aquel campam4nto. Despues luche furiosamente con
el doctor y las enfer#neras hasta obligarlas a dejarme en
paz por el momento, dejarme morir, que era todo lo que yo
querla. Poco despues,la infeccion fue cediendo gradualmen-
te y pude salir. del hospital, escapando a la tremenda ame-
naza de sufrir el tra~amiento quirurgico medioeval a que
se me condenaba.
Al recordar y escribir ahora los horrores que vivi en
el campo de concentra'ci6n numero 889, comprendo que debe
de ser muy diflcil que el lector crea estas cosas que real-
mente sucedlan, y que admita que hay personas de carne
y hueso que vivert y Sufren todos esos tormentos. Pero yo
afirmo que jamas'conoci a una variedad tan grande de seres
humanos como aquel os que se albergaban en mi barraca
de aquella prision,, ni he visto nunca quien fuese sometido a
pruebas tan duras commo los rigores y tormentos que cons-
titulan nuestra vida diaria de cautivos en Siberia. Las
mujeres de mi galer4 eran principalmente rusas, checas y
polacas. Toda profesi6n imaginable estaba all! representa-
da: la abogacla, la medicina, el periodismo, las artes, el
gobierno y todas las ~'ctividades femeninas del mundo ente-
ro: las de ama de casa, las de madre de familia, las de Lana
senora de.hogar.
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Una de mis amigas era Anna Petrovna, la Bella esposa
de un ingeniero civil ruso. Habia sido empleada en la ofi-
cina de la misma fabrica en que su marido desempenaba
un puesto importante propio de su profesi6n. Cierto dia,
como resultado de una purga inesperada, su esposo simple-
mente desapareci.6 del mundo de los vivos y jamas volvi6
ella a saber de. 61. Poco mas tarde ella tambidn cay6 en po-
der de las autoridades y fue sentenciada a ocho anos de tra-
bajos forzados en Siberia. A menudo, cuando charlabamos
por la noche ella y yo, me dijo que tenia la esperanza de que
se le conmutara la pena, porque sus dos hijos, sus unicos
hijos, estaban sirviendo en el Ejercito Rojo. Pero en todo
el tiempo que pase yo en aquel campo no vi que recibiera ni
una sola carta de sus muchachos, ni fue objeto de conside-
raci6n alguna por parte de los jefes del penal, a pesar de que
los hijos de ella estaban exponiendo sus vidas por la patria.
Me parece que la figura mas extraiia en todo aquel cam-
eo correctional, era una viejecita muy endeble, vestida de
harapos, que manejaba una rueca en la fabrica de telas
de la section del campamento reservada a los ancianos y los
invalidos. Era la antigua duquesa Ivanovna, y a pesar de
verse en un medio de degradation y envilecimiento, irradiaba
dignidad y gracia. Le era a una facil imaginarla como una
gran duquesa sin reparar en el medio incongruente en que
se hallaba: tal era la alta calidad de su apariencia y de
sus maneras tan gentiles.
Vera, otra mujer de las que vivian en mi barraca, era
una vieja bolchevique, arquitecta que en los anos primeros
de la revoluci6n se habia ganado muchos premios por sus
multiples proyectos de construction. Jamas habia llegado
a saber por que se le tenia encarcelada, par que se le habia
enviado a ese campo de esclavitud. Dormia en 1.9. misma se-
rie de literas en que estaba el catre de Ludmilla Arkichenko,
que durante algun tiempo fue la admiraci6n del mundo mu-
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sical sovietico y past a ser una esclava mas solamente por-
que se rehus6 a prostituir su talento creador ajustandose a
los dictados de la ideologia del partido. Fue ella quien trat6
de mantener en alto nuestro espiritu en las noches desola-
das, cantandonos trozos de grandes composiciones musicales.
Caracter privilegiIado en nuestras barracas era Ljuba,
el tipo de mujer mas endurecido que yo vi jamas: era una
mujer bandolera a la que le faltaba un brazo, cuya mu-
tilaci6n era por si misma un resumen de su fantastica ca-
rrera. Tenia de amante a uno de los guardias y formaba
con el una pareja quel era el foco del activo mercado negro
que florecia en el campamento. Sin embargo de ello, Ljuba,
sin abandonar su actitud grosera y cinica, procuraba ayud.ar
a muchas de sus companeras de presidio que eran mas de-
biles y desdichadas. Viendo sus facciones duras y profun-
damente acentuadas, Ime era facil creer lo que de ella se
contaba: que ella misma se habia cortado el brazo derecho
porque to apost6 a un juego de cartas y to perdi6.
Hubo una epoca en que aument6 considerablemente el
robo de pan, en forma alarmante, y con ese motivo nuestra
custodia o "Starostka" se puso a investigar el caso y todo
senalaba decididamente a Ljuba como la responsable. En
un altercado que se suscit6 entre ellas, la bandolera coron6
sus insultos con esta' declaracion hecha a gritos:
-i Imbecil ! z Crees to que yo tuviera que robarme el
pan cuando tengo esto?
Extrajo un rollo !.de billetes de entre sus ropas intim.as,
en tanto que la "Starostka" permanecia muda de asombro.
La bandolera grit6 envalentonada :
-~ Ljuba, a cuyo solo nombre temblaban los habitan-
tes de tres "Gubernie" enteras, no tiene para que robar el
pan en esta piara de cerdos!
Tiempo despues laquella mujer fue elevada a la catego-
ra de "Starostka". Con sus metodos sadicos de costumbre,
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los funcionarios del campamento la designaron para vigilar
a las monjas, a quienes sistematicamente se trataba como a
la casta mas despreciable en toda la escala de los esclavos
sovieticos.
El problema mas grave que tenian ante si las mujeres
decentes de aquella prision, consistia en conservar en alto
su moral. For todas partes velamos un envilec:imiento cada
dia mayor. La dignidad, el respeto de si mismas, la espe-
ranza de un futuro mejor y aun los habitos de la limpieza
personal -todas las aspiraciones normales que se relacio-
nan con la vida en la libertad-, iban rebajandose de modo
lento pero seguro entre la gran mayoria de nuestras com-
paneras de esclavitud. Como nuestro contacto con el mundo
exterior era nulo, poco a poco, para muchas de nosotras,
aquel campamento empezaba a ser como la unica realidad
que hubiese existido jamas en nuestra vida.
No se nos permitia escribir cartas. Cada tres meses se
nos daban unas tarjetas postales en las que estaba impreso
un recado que afirmaba exclusivamente que todavia vivia-
mos. Habiamos de firmar estos mensajes y dir:igirlos al pa-
riente que quisieramos informar sobre nuestro estado de
salud, y luego entregabamos esas tarjetas a las autoridades
del campamento para que las mandaran por correo. Gene-
ralmente no se recibian respuestas a estos mensajes. Mu-
chas de nosotras no nos atreviamos ni siquiera a conservar
este debil contacto con el mundo situado mas ally del alam-
brado de picas que circundaba el campo. Porque todas sa-
biamos que los jefes del penal con frecuencia se servian de
las direcciones puestas en aquellas tarjetas postales para lo-
calizar y aprehender a los parientes de los prisioneros, de
modo que preferiamos sufrir la perdida de todo contacto con
los sexes amados, para no ponerlos en peligro.
Muy de cuando en cuando alguna de nosotras era favo-
recida con la entrega de bultos con alimentos que le envia-
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ban amigos o familiar'es en posibilidad de hacer tales obse-
quios. No estaba yo exenta de la codicia espantosa que se
apoderaba de todas cuando alguna de las prisioneras recibia
un paquete con cosas de comer. Recuerdo claramente una
noche en que una de las mujeres que vivian en mi galera re-
cibio un bulto. Entrel otras cosas le mandaron unos cuan-
tos terrones de azucar, y mientras la observabamos mi
amiga y yo, de pronto dejo caer al suelo un trozo del du:{ce
que estaba devorandd. No apartabamos la vista de aquel
pedacito de azucar y callabamos con la esperanza de que la
muchacha lo dejase tiado. Despues de un rato que nos pa-
recio muchas horas, por fin la chica se quedo dormida, y
poniendome yo a gat~s entonces, me lance por el piso a ro-
ger aquel terrdn. Lue'go me trepe a la litera en que mi ami-
ga estaba esperandome con mucha hambre, y cubriendonos
con la manta para que nadie nos viera y nos arrebatase el
azucar, la devoramos entre las dos prolongando todo lo po-
sible aquel misero deleite para lo cual nos alternabamos en
darle una. rapida lamida.
A pesar de algunos momentos tan duros como ese, unas
cuantas de nosotras tratabamos de conservar la frente en-
cima del mar de desesperacion en que flotabamos. Cierta
vez por ejemplo, otra'mujer y yo nos pusimos a cambiarnos
lecciones de idiomas por la noche, para concentrar nuestra
mente en algo distinto de la espantosa realidad de nuestras
vidas. Poco tardo en Ilegar la noticia de esta actividad a los
jefes del campamento y se nos llamo para que respondie-
ramos del cargo de desarrollar "actividades burguesas". El
jefe nos hablo con positiva brutalidad y nos amenazo con
castigos muy severos' si no suspendiamos tamaiio desacato.
Mi compaiiera se desljizo en lagrimas, y al ver yo que se es-
taba humillando ante',aquel valenton, le reproche en italiano
su actitud y le dije que pusiera un talante firme y resuelto
frente a sus amenazas. El comandante, aunque estoy segu-
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ra de que no comprendi6 una palabra de to quq? dije, me co-
gi6 por el cuello y encarandose conmigo me grit6:
-Eres muy orgullosa, Anna Igniateva, pero no to ol-
vides que aqui to quitaremos la soberbia.
Y luego hizo con las manos ademan como de torcer algo,
como si estuviese retorciendomne el cuello.
Tuve muchos encuentros como ese con otros funcio-
narios, pero yo me habia impuesto a mi misma la obligaci6n
de portarme ante ellos con toda firmeza, sin mostrar miedo,
aunque en el fondo estuviese aterrorizada. Esto die muy
buen efecto, y al aproximarseme esos oficiales n.unca preten-
dieron amedrentarme como lo hicieron con otras mujeres,
pero eso si, se yengaban asignandome un trabajo mas y mas
duro cada dia. Se me aumentaba la cuota de produccion
muy seguido. 'Temerosa de que se me redujera la raci6n de
alimentos que me daban, me esforzaba yo por cumplir con
la norma asignada. 'Pero finalmente se me fue imponiendo
una serie tal de aumentos positivamente brutales en el
monto del rendimiento que de mi se exigia, que lleg6 un mo-
mento en que me fue imposible satisfacer esa demanda. To-
da la brigada mia estaba acongojadisima, pues los esfuer-
zos que haciamos no nos capacitaban para Ilegar a la meta.
En teoria nos era dada quejarnos de un trato injusto,
pero de hecho tal cosa era imposible. El procedimiento a
seguir consistia en jr :primero a ver al jefe de la galera,
y si daba permiso para ello, entonces se presentaba la queja
a la MVD. La policia secreta que anteriormente se ilamaba
NKVD, llevaba ahora la designaci6n de esa sigla o grupo
de iniciales. Pocas presas se atrevian a proceder en tal
forma, porque la prirnera queja o solicitud que se presenta-
ba a la vigilanta de la secci6n obtenia por respuesta inva-
riablemente la palabra "Nieza", que quiere decir: "No pue-
do permitirlo". 'Supe de varias mujeres que no creyeron que
tal negativa invariable fuese inapelable y pretendieron Ile-
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var sus quejas mas adelante, pero las pobres presas desapa-
recieron de las barracas despues de haber tratado de recu-
rrir a otras autoridades en solicitud de justica, y jamas vol-
vimos a verlas. Esto',ocurria, por supuesto, en el caso de
quejas individuales. Cualquier accion tomada por grupos
estaba expresamente prohibida y no solo, sino que se nos
advertia que toda protesta colectiva seria severamente cas-
tigada.
A pesar de todo, lds aumgintos espantosos de las normas
de produccion acabaron por inducir a mi brigada a correr
cualquier peligro con tal de exponer su inconformidad. Cua-
tro de no,sotras nos dirigimos al "nachelnik" o comandante
del campo para rogarle que nos redujera la norma. Sin dar-
nos siquiera oportunidad de presentar la solicitud, abrio pla-
za con una serie de maldiciones e insultos, llamandonos
"saboteadoras", "cerdas burguesas" y otros epitetos usuales
en el lenguaje de los j'efes comunistas.
Despues se nos corrio de la oficina con la advertencia
de que si nos atreviamos a comparecer de nuevo ante el en
grupo, nos castigaria' muy severamente por ese acto de
desobediencia. No necesitabamos que nos explicaran el sig-
nificado de esta amenaza: bien sabiamos que el castigo era
la ej ecucion. La pena' de muerte se aplicaba por cualquier
desobediencia de los reglamentos, si bien tal medida nunca
era presenciada por los reclusos. Se ejecutaba fuera de los
limites del campo y lounico que nosotras sabiamos era que
tales o cuales companeras de presidio habian desaparecido.
Dentro del campo lel castigo mas frecuente era la "Kar-
cer", nombre que se da en ruso a la incomunicacion absolu-
ta, la cual podia durar uno o varios dias. Encerrabase al
prisionero en un cuarto de adobe de metro y medio por dos
metros, sin mas muebles que una banca de madera. Du-
rante el periodo de este aislamiento en tan estrecho cala-
bozo, se dan al prisionero nada mas 200 gramos de pan al
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dia y algo de agua. La incomnunicacibn se aplica a las presas
por infracciones menores de las reglas del penal, como por
ejemplo, tener una en su poder papel para escribir, ya que
esta estrictamente prohibido comunicarse?? con cualquiera
persona que se halle fuera del campo. No era preciso que
la encontrasen a una escribiendo una carta, pues bastaba
que tuviese en su poder papel para escribir, para que se le
considerara culpable. Si no lograba una producir todo lo que
se le habia senalado y fallaba varias veces consecutivas en
este punto, entonces se le condenaba a un largo periodo de
"Karcer".
Las inspecciones nocturnas, las Ilamadas intempestivas
y la busqueda minuciosa eran en este campo Cosa ordinaria,
tal como en la prision de Stanislawow. Realizar esas dili-
gencias en el curso del dia hubiera privado a la Union So
vietica de varias horas de nuestro trabajo. Para evitar esto
se haclan de noche, lo cual quiere decir que se nos restaban
varias horas de sumo y de reposo que mucho necesitaba-
mos. Ademo s, el prisionero a quien se despierta de pronto,
se halla en un estado de confusion mental, y esta incapaci-
tado para defenderse y para ocultar las cosas que los guar-
dianes anden buscando.
La inspeccion y el pasar lista por.la noche inesperada-
mente, eran diligencias que realizaba muchas veces perso-
nalmente el "Nachelnik". Cuando se gritaba nuestro nom-
bre no nos permitian que nos limitaramos a contestar I pre-
sente!, sino que debiamos recitar el parrafo de la ley en
que se basaba nuestra sentencia. Las esposas de los funcio-
narios sovieticos que habian sido objeto de una purga, de-
bian contestar de modo especial, en forma que mucho las
humillaba. Cuando al pasar lista de las presas sonaba su
nombre, tenian la obligacion de decir nada mas "zhena",
que es la palabra rusa que significa esposa, con to cual se
supone que esas mujeres reconocian la parte de culpabili-
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dad que les tocaba poi la conducta de sus maridos. Nada
mas deprimente que aquella monotona repeticion de la. pa-
labra "zhena" en tales diligencia.s nocturnas, porque las
desdichadas senoras, que por to Comun no tenian ni la me-
nor idea de la acusaci6n que se hubiese presentado contra
sus esposos, formaban'una enorme mayoria de las reclusas
de mi galera.
En las inspecciones nocturnas se nos obligaba a desnu-
darnos, y en nuestras personas y en cuanto nos pertenecia
buscaban los guardias alimentos robados o articulos cuya
posesion estuviese prohibida, tales como agujas, papel para
escribir y dinero. Teniamos prohibido poseer mas de treinta
rublos. Nos esculcabarL' asimismo todas las noches at regre-
sar del trabajo que desempenabamos en la fabrica o en el
campo, para convencetse de que no llevabamos con nos-
otras ningun alimentoni objeto que pudieramos vender o
cambiar por cosas de comer.
Por mas que casi toodas nosotras sonamos alguna noche
que nos escapabamos y', este sumo se repetia quiza con al-
guna frecuencia, una c 1 osa que nunca hubieramos pensado
seriamente realizar era la fuga. Sabiamos muy bien que
era imposible. En primer lugar, el campo estaba ubicado
en el corazon de un territorio desolado, muy lejos de cual-
quier ciudad grande en'la que pudiera una esperar que mez-
cldndose y ocultandose lentre el resto de la poblacion, fuese
imposible el descubrirla a una. En segundo lugar, el campo
esta rodeado de una alambrada de pu.as y tiene torres de
vigilancia que se elevan alrededor, con unos cuantos cientos
de metros entre una y otra. En esas torres o atalayas cus-
todian hombres armados dia y noche, con ordenes de dispa-
rara sobre quienquiera que se acerce mas de la cuenta at
alambrado o que permanezca demasiado tiempo cerca de esa
valla. Por otra parte, el campamento dispone de una jau.-
ria de perros bravos arnaestrados para seguir la pista de
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cualquier prisionero que pretenda escaparse y atacarlo con
furia.
Encerradas en nuestra galera por la noche, con fre-
cuencia oiamos aullar a esos animales feroces, ;y sus conti-
nuos gruiiidos y su ladrar incesante no nos dejaban dormir
a menos que estuviesemos tan agotadas por la fatiga, que ni
los ruidos mas desagradables pudieran conservarnos, des-
piertas. Asi que todas nosotras sabiamos muy Bien que no
habia modo de escapar con exito, y el castigo que se nos
impondria si trataramos de hacerlo seria tan duro, que na-
die en el Campo pretendio jamas huir del cautiverio mien-
tras yo estuve alli prisionera.
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CAPITULO VI
A UNQUE llevaba yo varios meses ya en el campamento,
jamas habia visto a mi esposo ni tenia noticias de el.
Sin embargo, el doctor que nos examino a los dos en
Starobielsk, Ucrania, me habia dicho que se nos destinaba
a la misma region, y yo sabla que no lejos del lugar en que
estaba cautiva habia un campamento para hombres. :Gas
mujeres que trabajaban en los cameos me habian dicho que
habian visto a unos'hombres labrando unos predios cerca-
nos a los que ellas cultivaban. Por este motivo le rogue
mucho a una de nuestras capataces, y hasta me compre su
voluntad con dadivas, para que me destinara a una tarea
agricola.
Trabajando en el campo dia tras dia, observaba yo a
los hombres que estaban no lejos de mi, con la esperanza de
vislumbrar alguna vez a Carlos, y una maiiana, en efecto,
llegamos a reconocetnos el y yo desde lejos. Procuramos
acercarnos todo lo posible al it labrando nuestros surcos :res-
pectivos, hasta que or fin pudimos ponernos al habla. I Que
cambiada estaba su figura, cuan temblorosa, que yo habia
conocido llena de firineza, esbeltez y jovial elegancia!
Pidiendo a Dios'que nadie nos viera y confiando en ello,
hablabamos los dos tanto como podiamos, atreviendonos a
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mucho. Desde nuestro primer encuentro una manana com-
prendi que mi marido j amas saldria con vida de aquel cam-
po. Claro esta que por mi parte procure que no advirtiese
en mis ojos la honda tristeza que me inspiraba, ni quise que
notara en mis palabras el temor que oprimia mi coraz6n.
Ya tenia yo algo amable que esperar cada dia. Despues
de estar en la prisi6n por tanto tiempo, pierde una el senti-
do de las horas que pasan, esa noci6n que tiene una cuando,
esta en un mundo en que puede hacer planes para desarro-
llarlos libremente luego. En mi situaci6n de cautiva el tiem-
po significaba para mi unos cuantos momentos fugacisimos
que se presentaban iinicamente ciertos dias venturosos en
los que podia ver a mi esposo y acercarme a 611o suficiente
para hablarle. Pero cada vez que lo vela notaba con un ho-
rror mas grande y con desesperada impotencia que el pobre
empeoraba mental y fisicamente sin remedio. La imposibi-
lidad en que me encontraba de hacer algo en su favor, me
hacia a veces desear que mejor hubiese' muerto e1 alla en
la prisi6n de Stanislawow, cuando le dieron la terrible golpi-
za que le caus6 su estado actual. Asi se hubiera salvado de
esta muerte lenta tan angustiosa. Porque a pesar del hecho
de que estaba demasiado debil hasta para caminar sin apo-
yo, se le obligaba a trabajar como los demas, una semana
de diez dias de esfuerzo torturante, que aun a los hombres
mas sanos los agotaba muy pronto.
Un dia Carlos no apareci6 en el campo. Por mas que
busque y busque en la distancia su encorvada figura entre
los demas siervos, no llegue a distinguirlo. Haciendo a un
lado la prohibici6n muy estricta que habia de que las presas
conversaramos con los hombres, un cautivo de los que vivian
en la barraca de Carlos advirti6 que estaba yo muy des-
esperada y procur6 acercarseme lo suficiente para decirme
en voz muy baja:
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-Carlos esta enfermo de pulmonia. Se lo llevaron al
hospital anoche.
Nada quedo en pie de todo mi orgullo. Me: lo habian
doblegado por fin, tall como el comandante del campo me lo
habia asegurado en on de amenaza. No pude pensar ya
mas que en ver a Carlos de cualquier manera para auxiliarlo.
Quiza me permtirian, it a trabajar al hospital. Habia mu-
chas presas que prestaban ahi sus servicios. Me dirigi al
jefe del campo, al "Nachelnik".
-z De modo que lusted quiere it a trabajar al hospital?
L Acaso espera que no% pongamos a reorganizar todo el pro-
grama de trabajo, nada mas porque su marido esta en-
fermo? Vuelvase a sir tarea. No se le concede lo que Aide.
Y tuve que volver a mi trabajo en el campo. Lo unico
que habia hecho para mi tolerable la vida en los ultimos
meses era que a veces podia ver a mi esposo. Ahora regre-
saba al trabajo cada Mariana con la esperanza de tener no-
ticias de el. Pero los'hombres de su barraca no podian de-
cirme nada porque nada sabian ellos. Hasta que por fin una
manana, dos de sus camaradas me trajeron la dolorosa noti-
cia : Carlos habia muerto.
Todavia fui a ver una vez mas al "nachelnik". De se-
guro me permitirian', ver a mi esposo por la ultima vez.
Ahora que estaba muerto no habria peligro alguno en de-
jarme verlo. No se me dejaria it a darle mi ultimo adios?
j, Me darian permiso de it a su entierro?
-No esta permitido. Eso se prohibe estrictamente.
Pero el jefe agre'go, sonriente, que mi marido recibiria
un entierro adecuado.' Uno o dos dias despues, los amigos de
Carlos me dijeron cuando trabajaba yo en el campo, que
su cuerpo desnudo habia sido echado en una tumba sin n.in-
guna sepal, junto con los cadaveres de otros tres prisione-
ros que habian muer'!to el mismo dia.
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No me quedaba ya a mi ningun aliciente pare seguir
adelante. Nada, nada habia ya para mi en la vida. Por la
noche ya no soiiaba con el pasado. Ya no pensaba mas en el
futuro ni me importaba que me pusiesen en libertad o no.
Mi unico pensamiento de dia y de noche era la tragedia
espantosa que habia ocurrido a dos personas como Carlos
y yo, y el hecho de que en breve espacio de dos anos, nos-
otros y el mundo en que viviamos antes hablaYnos quedado
destrozados sin ninguna razbn, sin motivo alguno que pu-
dieramos comprender. Y los dias se sucedian unos tras otros
como en una siniestr.a pesadilla, sin sentido ni termino.
Pero la guerra siguio adelante como mi tragedia. Ya los
ejercitos de Hitler habian invadido hasta muy adentro el
territorio de Rusia y continuaban ganando terreno. Los so-
vieticos necesitaban desesperadamente tropas que pudie-
ran sostenerse a toda costa frente al avance arrollador de los
nazis. Asi que se lanzo un Ilamamiento a todos los pueblos
eslavos convocandalos para que salvaran a la "Madre Pa-
tria". Los checos y los polacos que hablan sido condenados
a trabajos forzados recibian ahora de los rusos el nombre
de "hermanos". Se anuncio que se les pondria, en libertad
sacandolos de las carceles y de los cameos. de esclavitud, pa-
ra formar con ellos unidades de combate y lanzarlos unidos
a las tropas rojas contra el invasor, para la salvation de
Rusia. Aquella frigida manana de enero de 1942 en que fui
puesta en libertad con otras compatriotas mias, send que
ya no podria aspirar a la felicidad y no me daba cuenta de
nada. I Que significaba para mi el salir de la prision? Ago-
tada por mas de dos anos de cautiverio y de trabajo forzado,
anonadada por la pena de la terrible muerte que sufrio mi
esposo, nada me importaba ya lo que me ocurriese. Cuando
me preguntaron adonde queria ir, lo unico que pude con-
testar fue:
-A cualquier lugar en que haya calor.
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Durante tres aiios estuve al servicio del Ejercito Che-
coeslovaco de Oriente, hasta que terming en Europa la Gue-
rra Mundial Numero'II, y todo ese tiempo tuve la convic-
cion de que a pesar de, to que habia pasado cuando estaba en
poder de los rusos, mis esfuerzos en la lucha tenian por ob-
jeto restaurar la libertad de mi propio pals, Checoeslovaquia.
Pero poco despues de ierminada la guerra comence a ver cla-
-ramente, como lo advirtieron hasta los mas optimistas, que
el territorio que Rusia. habia reconquistado exclusivamente
por la ayuda de otras' naciones, el Soviet estaba resuelto a
anexarselo para extender sus dominios. Despues de todo,
nuestros servicios en el Ejercito Oriental solo habian con-
tribuido a que el Imperio Sovietico subyugara a otros
pueblos.
Segura de que asi habia sido, decidi abandonar a Eu-
ropa. Ahora he encoritrado ya un puerto seguro entre los
pueblos libres del Hemisferio Occidental, y me enorgullezco
de decir que despues '',de tanta angustia, de tanta tragedia,
de tantas dolorosas vicisitudes, soy por fin ciudadana mexi-
cana. Querria yo que fuese posible recordar solamente los
dias buenos y felices del pasado y olvidar las horribles aven-
turas que ineludiblemente hube de vivir. Pero el pasado
no es cosa que pueda borrarse facilmente, y menos aun
cuando cada dia hay ',hechos que me recuerdan por fuerza
que la tirania todavia florece; cuando leo por todas partes
los relatos que hacen'unos cuantos afortunados que logran
escapar del infierno sovietico, en tanto que millones y millo-
nes de personas permanecen todavia cautivas en los cameos
de esclavitud que estAn mas ally de los Montes Urales.
Yo que he visto esos cameos de esclavos en operacion,
que he padecido y presenciado el sufrimiento de mis compa-
neros de cautiverio, puedo y debo confirmar los horrores
que describer lag personas que han huido de aquel martirio.
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Por esta razon domino mi repugnancia y me pongo a
escarbar en mi memoria los recuerdos de mi esclavitud en
la Union Sovietica. Pecaria yo de ingrata si ahora que he
recuperado la libertad, no hiciera piblica esta, narracion
para que mis nuevos compatriotas puedan juzgar por si
mismos del caracter del regimen que esta gobernando en
esta epoca a incontables millones de ciudadanos contra su
voluntad, tanto en mi. pals nativo como en los otros paises
situados detras de la Cortina de Hierro.
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